VENECIANAS XI: SESTIERE DE CASTELLO

Castello es uno de los barrios más extensos de Venecia. Lindante con el de San Marco, se prolonga hasta esa cola del pez que se bifurca en la aleta suburbial de la fondamenta nouva y la opuesta de los Giardini Publicci, abrazando la isola de San Pietro, donde se ubica la periférica y antigua catedral de Venecia, la cual, no iba a ser una excepción, conserva un rico patrimonio. Llama primeramente la atención su aislado campanile, obra de Codussi, erigido en época distinta a las naves de la basílica y a su fachada, una muestra más de las muchas que diseñó Palladio para la Serenísima. Son escasos los viajeros que perturban su aislamiento, pero siempre se cuentan esos pocos que gustan descubrir los rincones menos frecuentados de la ciudad.

Castello es tambien uno de los barrios con mayor riqueza monumental. Cuenta con muchas de las iglesias más emblemáticas y algunos de los campos más sugerentes, como el de San Zanipolo y el de Santa María Formosa. En su demarcación se encuentra tambien la formidable fachada de Arsenal, que da entrada a sus celebérrimos astilleros, y la formidable línea lagunar de la Riva del Schiavonni, testigo de ese vivísimo ajetreo veneciano.

Existen, podría decirse sin embargo, dos Castellos. Uno, el adyacente a San Marco, lleno de dinamismo, hormigueante de turistas que pululan como polillas a la luz de sus bazares, tratorias y otros atractivos, comprendidos entre el puente de los Suspiros y San Zaccaria; el otro, se inicia a partir de San Giorgio dei Greci, desde la vigilancia atenta de su oblicuo campanile, o, más arriba, una vez revasado el campo de Santa María Formosa. Ahí, se inicia un distinto Castello por descubrir. Se tropieza uno con la Venecia más desfavorecida, abriendose a cada paso un laberinto de callejas desérticas, envueltas de conmovedor silencio, entre fachadas hirsutas y carcomidas que parecen besarse en su angontura y que enseñan aquí y allá sus descarnados y centenarios rodales, como de herida lacerante, de ladrillo y argamasa. Allí lo vetusto se reviste de candor sublime y el observador queda atrapado bajo el poder de aquella humilde seducción.
Prosiguiendo el recorrido, en el entramado de sus calles parecen revivirse las angustias de Teseo frente al Minotauro, pero pronto se anuncia el alivio agradecido de algún puente, descubriendo un entorno en el que se aglomera la angulosidad de sus fachadas, formado encuadres de enigmático encanto. Ocres, cárdenos, rosáceos, los azules del cielo purísimo se entremezclan a los planos y aristas de tejados, ventanales y chimeneas ofreciendo un tonificador testinomio de olvidada belleza . Es acaso ese insólito atractivo perdido de los siglos, que en medio de la indiferencia vuelen a salirnos al paso, para recordarnos el destino de la vieja ciudad que se niega definitivamente a fenecer.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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