VICTOR HUGO Y LOS MISERABLES.

Con Los Miserables Victor Hugo alcanza una envergadura colosal. Podría decirse que su influencia pretende transceder la mera novela. En la embravecida corriente de su discurso se antoja que cabe todo, desde el estudio sicológico hasta el comentario histórico; de la digresión filósófica al ejercicio espiritual. Con Los Miserables puede asegurarse que Hugo abarca la rara dimensión de la novela total.

Como bien apreció Vargas Llosa, en Los Miserables el verdadero protagonista de la novela no es Jean Valjean, ni Javert, ni Mario y Cosette,tampoco los miserables, sino ese extraodinario narrador omnisciente que moldea el tejido narrativo con su discurso, bien sea expositivo o reflexivo, constituyéndose en ese verbo originario del que surge el milagro de toda creación. Su estilo domina todos los registros, desde el más funcional con que subraya la peripecia más superflua, a la alambicada retórica mediante la que expone sus reflexiones históricas o sus conclusiones morales o filosóficas. Su mirada minuciosa pretende penetar hasta en sus pliegues más íntimos el alma de sus personajes, consiguiendo profundas lecturas sicológicas en la descripción de Jean Valjean y Javert, o desentrañando la envilecida mezquidad de Thenardier.

Hugo es un fino conocedor del hombre como asimismo un profundo conocedor de su entorno: en este caso la ciudad de Paris; aunque el Paris que nos describa se constituya en un fósil de la memoria, pues feneció ya durante la remodelación de la ciudad durante el segundo imperio. El narrador retrata y recobra con detallista fidelidad esos ambientes que fueron, la atmósfera de ese viejo París que bien podía satisfacer la retrospectiva romántica. En el misterio de sus rincones, en el laberinto de sus callejuelas, entre construcciones semiabandonadas en donde parece aplastarnos el peso de su indigencia, se deja sentir la opresión axfisiante de los dos aspectos de la miseria: el material y el moral. Y para hacer más vigoroso el cortorno de esa ciudad de irreconciliables contrastes, el escrupuloso narrador nos sumerge, haciendo un alarde de erudición planimétrica, en los intestinos de la misma, sus cloacas, como en un viaje espectral hasta el mismo infierno. Con el vigor del mito, Jean Valjean descenderá hasta sus abismos para recordarnos que sólo el Amor, como en Orfeo, puede transcender todas las barreras.

Así, con la miseria introducida hasta los intersticios del tejido social, entorpeciendo aun el propio desarrollo biológico, era de aguardar que muchas de sus células, miembros completos incluso de su organismo se sublevasen. Proceso que Hugo examina al detalle y con precisión analítica en la formación e insurrección posterior de la comuna, que ocupa la última parte de la novela. Este es el París de las barricadas, el que sale a sus plazas para forjar una leyenda, ese que lucha calle por calle para sacudirse el lastre de su miseria y llegar algún día a alcanzar ese horizonte impoluto de esperanza. Pero, no nos engañemos, éste era ya un retrato acabado: lo consumó Delacroix en su "Libertad guiando al pueblo". En Los Miserables, prolongada secuencia de ese momento, podemos penetrar hasta los últimos tuétanos de su interpretación y entrever cuál es el impulso que moviliza a ese pueblo a escapar de la condenación, aun a costa del supremo sacrificio, alimentando con el precio de su sangre el sueño del ideal.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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