TO ROME WITH LOVE

Woody Allen sigue empeñado en su peregrino deambular por la vieja Europa, de la que extrae nuevas historias con fresca inspriración que, combinadas con viejos recuerdos de nuestro desván, se transforman en un néctar original en la fértil coctelera de su ingenio. Parece agotado el numen de la fuente neoyorkina, y su fantasia reclama  nutrirse con nuestra tradición más sugestiva, con la que cordialmente parece concordar. Woody frecuenta nuestros ambientes, en los que parece sentirse como pez en el agua y como el mejor facultativo ausculta el pulso de nuestro actual acontecer, haciéndose eco de nuestras arritmias y otras cardiopatías.  En cualquier caso es seguro que la sensibilidad cinematográfica de Allen esta más en consonancia con nuestro viejo cine de autor que con la insaciable maquinaria de embaucar de la industria hollywoodiense.

En A Roma con amor Allen se inmiscuye en la calles vericuetas de la populista ciudad tiberina, hasta acompasarse en el sístole y diástole de su corazón milenario.
Hasta su oído parecen haber llegado los ecos de sus remotos prosistas: las correrías satíricas   de Petronio y Apuleyo, la narrativa risueña de Bocaccio o la pícara de la Lozana Andaluza, el irónico realismo de los cuentos romanos de Moravia y de los demás autores que reescribieron su acontecer diverso; esas certeras romas, en suma, con que uno se tropieza al volver de cada esquina, a la sombra de sus monumentos, en el frenesí de sus calles invadidas de pintoresca vitalidad. Allen saborea Roma como el diletante que recién ha adquirido una pintura largo tiempo perseguida, e ilusionado se deleita en sus detalles y matices.

Si en Midnight in Paris se acerca a la ciudad del Sena con sesibilidad poética, entre elegíaca y evocadora, en A Roma con Amor lo hace con el pulso jovial y sereno de lo narrativo. Es en esa Roma donde recupera ese espíritu de cuentacuentos que, con proverbial desparpajo, tuvo también Fellini. Allen parece reencontrar en ese misterio romano que recubre sus calles la conciencia fabuladora, el potencial escénico que suscita su legendario decorado, cuya arqueología dio vida a Plauto y su modernidad a la Dolce Vita u Ocho y medio. Es felliniano el episodio de Pisanello o el de la pareja recién casada que acude a Roma desde un pueblo apartado para labrarse un porvenir; en el cantante de opera que sólo es magistral bajo la ducha, recupera la mejor comedia italiana, con el guiño propio, marca de la casa. Sólo nos encontramos con el Woody tradicional en la historia del arquitecto que regresa a Roma y que mientras vagabundea los viejos rincones del Trastevere reeecuentra y recupera su perdida juventud, aquella donde aún tiene cabida la esperanza. En A Roma con amor, en definitiva, nos muestra Allen esa Roma histriónica y pintoresquista tan mimada por el objetivo de la cámara cinematográfica, pero tras cuyo sutil telón de tramoya  farándulesca se esconde esa otra Roma profunda y aleccionadora que aun sigue cautivándonos en el recuento de sus maravillas.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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