VISION EN LA CATEDRAL DE VETUSTA

La oscura torre de la catedral se yergue majestuosa presidiendo la quietud de la secular Vetusta mientras resuenan de fondo nostálgicas campanas. Es una dulce mañana de verano,  en la que un céfiro acariciador trae el aroma vegetal de los prados que envuelven la urbe. Los jardines destilan penetrantes fragancias y los trinos de los pájaros celebran la confortadora tibieza del sol. Frente a los portales góticos del templo, se extiende en el plano inmediato la honorable memoria del añejo reino Astur, para quien sepa leer en la fisonomía urbana su mudable devenir. Calles de viejas resonancias, rincones llenos de vivencias, recoletas plazas donde acaso asoma la sobria fachada de una iglesia, el emblemático mercado donde se ofrece las excelentes dádivas que produce la tierra, sus pescados, su carnes, su queso; y tras el sucederse de lacias fachadas de galerias encristaladas, el complejo porticado del Fontán, tan vívido de recuerdos, que puede recrearse en su atmósfera el latir de los tiempos pasados, el sello perdurable de su idiosincrasia, espejo donde puede leerse el más genuino acontecer de la intrahistoria astur.

Vetusta, discreta y provinciana, donde en la retícula reservada de los vericuetos adyacentes a la catedral aun pueden seguirse los pasos de Ana Ozores, la Regenta, protegida por la sombra del paraguas y enjugando las lágrimas con un pañuelo de remordimiento. Leopoldo Alas la veía cruzar cada mañana a través de la plaza desnuda y penetrar en la catedral en búsqueda afanosa de confesión. En ese confesionario ornado de embellecidas tallas, la aguardaba el magistral  para desbrozar el camino de desfallecimientos y renuncias e incentivar con la penitencia su alma pura. Quería el clérigo leer en ella como si ésta fuera de cristal, sin la mancilla que nos aparta de la luz de Dios. Y una vez alcanzado ese triunfo estremecido, gozar de beatífica plenitud las dos almas, en inefable amor transmundano.

En las losas frías de la catedral aun pueden evocarse los pasos menudos de la Regenta, su fervor devoto animando compungido el fuego de los cirios, tras elevar sus plegarias a las tallas de las capillas y arrodillarse frente al fasto del retablo del altar mayor. Los pasos  de Ana aún resuenan, pero se pierden como un eco que se desvanece en la vastedad de sus naves y anuncian un triste sino sin más esperanza. Aunque tampoco desde los bancos podemos seguir ya los graves latines del magistral, haciendo trizas y recriminando censurables velidades a la sociedad hipócrita de Vetusta.

Hoy, en el interior de la catedral se respira un aire nuevo; la obra del evangelio y la exhalación purificadora del incienso han saneado los viejos quebrantos. La luz entra purísima a través de la vidrieras; se escucha un música célica; en las bóvedas, por un momento, parecen entreabrirse los senderos del paraíso. Mientras camino, entreverando viejos resquemores con ánimos nuevos, observo que unas siluetas rondan por la capilla de un lado del trasepto. Constituye una visión que hubiera encandilado a muchos de nuestros románticos, como Bécquer o Zorrilla. La escena la componen un clerigo maduro, seguido por dos monjas a las que realza su hábito blanco, como a una Inés de Ulloa rediviva. En ambas resalta la flor de la juventud, y desde la distancia en que me encuentro, parecen dimanar un nimbo de sensual belleza. Una de ellas se ha arrodillado en un banco, frente al altar de una capilla  no sé a qué santo dedicada. En su recogimiento, parece envuelta de trascendida espiritualidad, que no puede menos que conturbar a quien la observa.
La visión adquiere especial arrobo, salpicado de una inquietante sensualidad. Tal encuadre, la sugestiva belleza de esta nueva Teresa del Bernini, hubieran despertado nuestro eros codicioso, si la apostura casta de la oración no recomendara a nuestra voluntad el arrepentimiento, la realidad de un amor por encima de la efímera consistencia de nuestras pasiones, ese gozo que solo en Dios puede encontrarse. Fue ésta una visión fugaz, pues tras ese breve instante devocional, el consagrado grupo se recogió en lo reservado del templo mientras yo tuve que regresar a mi interioridad solitaria.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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