ESCRIBIR, HOY

No cabe duda de que la escritura hoy se ha desacralizado. Si antes significaba el privilegio de una singular élite, hoy se ha convertido en un democrático ejercicio para un amplio sector de la ciudadanía. La novela, que antes pertenecía al dominio de bien escogidas sensibilidades, hoy desvela sus claves para todo aquel que pretende acceder a ella. Si al escritor antaño se le tenía como una suerte de gurú u oráculo, esclarecido guía de las latentes aspiraciones de la sociedad,  hoy no pasa de ser un amenizador de los ocios de sus lectores, por muy selectos que estos sean. Si ser escritor antes suponía una categoría, hoy no pasa de ser una vulgar ocupación, y no de las mejor remuneradas.

En otros tiempos, ser escritor se definía como esa ocupación marginal, cuyo valor social no dejaba de ser discutible, pero que no obstante era respetada o cuanto menos tenida en cuenta. ¡Cuán diferente hubiera sido la sociedad victoriana sin los epigramas de Óscar Wilde! ¡O la Rusia prerrevolucionaria sin ese llamado a la conciencia que supuso la voz Lev. Tolstöi! ¡O cuánto hubiera echado en falta la España de la segunda mitad del siglo XX sin la figura desaforada de Camilo José Cela! Porque con Cela quizá se inicie el declive de esa vieja casta, y con él el escritor deja de estar ungido con ese ethos que marca la diferencia. Cela aún se tomaba el lujo de una personalidad excéntrica, la procedencia profética de una noble cuna, Iria Flavia, y el torrente de una voz que precisaba ser escuchada, porque acaso guardaba en ella el talismán de una secular sabiduría que a todos convendría aprender.

Es triste que escribir haya perdido el sortilegio de ese rito donde el autor derramaba su alma sobre el folio en blanco. Porque de ese extraño bautismo nacieron sicólogos tan finos como Dostoyevski o Balzac, genios tan incontestables como Shakespeare o Cervantes, o  buscadores de los inefable como London o Hermann Hesse. Si escribir en España era llorar en el siglo XX, en el XXI quizá se pondere con tintes incluso escatológicos.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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