MIKONOS

Mikonos no es una isla pintoresca por su particular orografía, que no pasa de ser accidentada y yerma, sino porque no deja de carecer de encanto en lo poblado. Su destino no debe distar mucho de otras aldeas marítimas a las que descubrió el turismo en su día, y que se desarrollaron conforme a lo que esta expectativa exigía. Seguramente pasó de ignorado pueblo de pescadores a boyante entramado comercial dependiente de sus visitantes. Un turismo que convirtió la remota isla de las Cícladas en un lugar para el recreo y el desmadrado regocijo, transformando el modus vivendi de los nativos desde una recatada subsistencia a un agitado mercantilismo. Sus naturales debieron plegarse a las condiciones que imponía esta nueva colonización, desconocida aun en lo tiempos de esa Grecia antigua, cuyos moradores fueran activos colonizadores y laboriosos comerciantes.

Mikonos es conocida por la blancura de sus casas, dispuestas en un entramado laberíntico,  que contrasta con la aridez de su geografía. Y es celebrada por las hierática majestad de sus molinos que dominan los lugares altos, por el marítimo encanto de su pequeña Venecia y por la diversidad ceremonial y menuda de sus iglesias blancas, que nos hablan, bizantinas, del secreto espiritual de su mediterraneidad oriental.
Chocan en Mikonos sus contrastes, que van desde ese lujo desmedido de su villas sobre las colinas escarpadas, de sus yates en el puerto, de esa juventud desmadrada que celebra su carpe diem en desaforadas bacanales, y que recalcan su contraposición con esos niños que mendigan pos sus calles, sometidos a una implacable esclavitud, acometiendo su subsistencia con sus desla-
vazadas melodías folclóricas interpretadas en su diminutos y patéticos acordeones.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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