DEL NACIMIENTO DE LA TRAGEDIA, DE NIETZSCHE

He releído al cabo de mucho tiempo, esta vez sí enteramente, "El nacimiento de las tragedia", de Friedrich Nietzsche. Fue su primer libro, y con él se lanzó decididamente al ruedo del debate intelectual.
Es un libro formalmente bien acabado, ameno y con una matizada levedad poética, que le confiere cierta calidez a la prosicidad del tema. Ciertamente, el ensayo exige alguna familiaridad con los asuntos griegos para degustarlo con placer, conocimientos que nos harán asimilar con mayor fluidez la aridez histórico-filológica de la obra.

Este primer libro ya apunta aun en forma esbozada lo que será el pensamiento nietzscheano posterior; hace hincapié, en los distintos apartados, en la metafísica del Uno Primordial, en su descubrimiento de Dionisos, en la defenestración socrática y apunta, además, cuáles serán los axiomas del pensamiento trágico. Verdaderamente, el libro en su siglo debió levantar bastante estupor, sobre todo por su ataque a la filosofía racionalista imperante hasta entonces. Nos parece que en su defensa de un fundamento irracional para la vida y en su valoración trágica, Nietzsche no deja de ser un romántico. No es extraño que  Wilamowitz temiera por la estabilidad de pensamiento tradicional y le cayera a sus pies algo más que el monóculo. Sin embargo, la interpretación del primero sobre la tragedia es la que ha sobrevivido hasta nuestros días y ha repercutido en nuestra valoración de los tres grandes trágicos.
Nietzsche reconoció en la música la voz de la "Voluntad", en la que se desarrolla la vivencia dionisíaca como modeladora del arte trágico. Experiencia que ya reconoció en las tres grandes figuras de la música alemana: Bach, Beethoven y, como no, Wagner, en cuyo Tristan  e Isolda experimentó algo así como un contemporización con el viejo arte de Esquilo. Pero nos tememos que esta apreciación suya no vio continuidad y como, con el momento del trágico griego, así ocurrió también con la temporalidad del drama musical wagneriano. Por fortuna retomamos ese sueño, perdón esa embriaguez, cuando nos acercamos a la Orestiada de Esquilo o cualquier otra de sus tragedias o recuperamos a Wagner en el CD o en alguna insólita reposición en los teatros.
Los postulados de Nietzsche, como los de sus coetáneos que propugnaron el advenimiento de un nuevo orden, alcanzaron su fermentación durante el siglo XX, con esa plasmación en la praxis de las ideologías y cuyo resultado fue la debacle de las dos grandes guerras, con las secuelas de los vastos páramos yermos del nihilismo y la degradación más ominosa del ser humano, que, en definitiva, nos han convencido de que toda vida es imposible sin Dios.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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