El REQUIEM DE MOZART EN MI VIDA

No sabemos en realidad qué rico noble encargó a Mozart su Requiem, o si como sugiere el film de Forman fue una artimaña de Salieri para ganarse su posteridad, o qué secreto ocultaban sus comitentes. Lo que en verdad sabemos es que no fue concluido por Mozart, dejando varias partes de la misa en el aire. Se cree, como lo más probable, que fuera su discípulo Susmayer el encargado de rematar la obra. En todo caso, pasa por ser una de las más celebradas e interpretadas composiciones del maestro.
Para mí la obra posee una lánguida y tierna hondura, que me habla más bien de tránsito, nunca de conclusión, de fin irrevocable; rezuma una esperanza nada nihilista; se mira a la muerte con resignados ojos en pos de lo necesario. Destino que no tiene por qué ser fatal, pues tiende sus brazos y su corazón hacia la suprema misericordia.
Junto a la música del Requiem viví momentos angustiosos de mi vida, momentos en que creí que mi alma se hundía en la disolución por el pecado. Cuando creía muerto el corazón, y ninguna luz en la noche venía a consolarme, pensaba que Dios pretendía hablarme con ese silencio, que me desasía por la contumacia de mis soberbias. Cuando la congoja nublaba mis ojos con la "lacrimosa", lloraba por sentirme desposeído de ese perdón inefable. Entonces, en esa ausencia interior, oía la hondura de los trombones, la sentencia de los timbales, la temperancia del andante que encaminaba mi aliento hasta el consuelo. Mi alma, si supo de las amargas vastedades del abismo, en la caricia melódica de la cuerda pudo también refrigerarse en el goce imperecedero de Dios. Requiem de angustias, Requiem de añoranzas, Requien de consuelos.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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