¿Acaso un lapsus subconsciente?

Examinando en los estantes de una librería, mi curiosidad bibliófila rebuscaba entre los lomos de los volúmenes algún título que me pudiera satisfacer. Y efectivamente lo hallé. Tratábase de una edición reciente, en bolsillo, del "Caballero del León", de Chétrien de Troyes. Confieso que la literatura medieval de caballería, siguiendo el consejo sensato de Cervantes, nunca despertó mis preferencias. Aunque poseo los dos gruesos volúmenes del Amadís y del Tirant, todavía no he osado hincarles el diente.  Reconozco que en su enjundiosa prosa quizá se nos descubra un universo deslumbrante y emotivo, pero también reconozco que como lector y escritor nunca me han atraído los temas fantásticos en exceso. De Tolkien leí sin mucha pasión el Hobbit, pero no me decidí a traspasar la puerta hacia la vastedad del Señor de los Anillos. Ante Lovecraft me paralizó la perplejidad y el pánico, pánico ante su desapasionada pesadilla onírica. Dentro, sin embargo, de todo ese gran mundo de novelesca fantasía he de admitir que me seduce, aunque de forma no del todo apasionada, el atractivo tema de la leyenda Artúrica: la tabla redonda, sus caballeros, Merlín, Lancelot y Perceval y su santo Grial. Su belleza poética me transporta; gocé con la película Excalibur, de John Boorman..
Pero no sería sincero si no revelara que en tal tipo de literatura de evasión descubro, no sé si prejuiciosamente, cierta complacencia  burguesa , reñida con esos rigores que nos impone nuestra recalcitrante existencia urbana. Porque lo nuestro es lidiar en el día a día con molinos, que no gigantes; con inspectores y funcionarios, que no malandrines y encantadores. Contando, pues, con esta gravosa imposición del destino fijé mi atención en otro libro semioculto en los anaqueles; era un libro delgado, de pocas páginas. Cosideré por ello que sería barato. Se trataba de Esperando a Godot, de Samuel Becket. Siempre me intrigó la historia de esos personajes que transcurren su tiempo y sus vicisitudes esperando a ese Godot  que nunca llega. En cualquier caso,  apurado por las economías desistí de comprar este segundo ejemplar y lo devolví a su estante. Pero cuando me dirigía a abonar mi compra en la caja, no pude evitar la sorpresa, pues el libro que llevaba en las manos no era otro que Esperando a Godot; por tanto había sido el Caballero del Leon el libro restituido en el estante. Tomé el incidente como una misteriosa admonición y me decidí a adquirir definitivamente ambos ejemplares tan antitéticos, ya que vano es resistirse a las insondables disposiciones de destino,


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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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