ELEGÍA A LA MUERTE DE MI PADRE

La muerte se aproximó con sigilo,
taciturna, irrevocable;
el reloj vertió su última arena
y la cruenta guadaña segó
la raíz de la vida
como el jardinero la flor
que comienza a marchitar.
Fue su golpe brutal, definitivo y homicida.
Su presencia surgió de la matriz de la noche
como una garra agresiva anhelante de ocaso.
La vida se nos hizo pedazos
en un mundo sin significado,
perdido el rumbo, vacías las certezas.
Extiendo mis brazos para poder abrazarte
y el aire me devuelve tu perfil de ausencia.
El eco de tu voz se apaga en la distancia
pero tu recuerdo aún se estremece
bajo el sudario del olvido.
Puedo ver tus labios transidos
tratando de atrapar la vida que se escapa,
tus ojos entornados como tupido
velo aislándote del mundo,
recordar la palabras de Job
que me citastes dando un sentido a tu dolor
aquella noche última que pasamos juntos
en el módulo del hospital.
La fiebre te hacia revolverte en la cama.
Yo miraba los goteros, como si la esperanza
la inoculasen sus fluidos,
sin presentir que tu fin estaba escrito
en el prolijo libro de Dios.
No puedo más que rezar
la oración que me enseñaste
y apurar a solas el cáliz
del más amargo dolor,
mientras los pájaros trinan
la más triste melodía
en la aurora escindida de la desolación.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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