VENECIANAS XLIII BLASCO IBAÑEZ Y VENECIA

Como comprobamos frecuentemente, la nomina de los artistas y escritores relacionados con Venecia parece no acabar nunca. En nuestro país, muchos escritores, aún los más impensados, emprendieron el obligado viaje a Italia. Tal determinación seguramente la impuso Goethe y su famoso cuaderno de viaje. Sus continuadores, quienes se sintieron llamados a  emular al maestro, hicieron lo posible por realizar dicho periplo. En nuestro parnaso literario me costa que el gran Galdós peregrinó en busca de los fastos itálicos, vicisitud que se avino a transcribir en un detallado libro sobre el viaje. Anteriormente, Bécquer no sé si llegó a poner su planta en el país trasalpino, pero es notoria su admiración por la ciudad de los canales, como dejan traslucir algunos artículos al respecto, en las páginas del Contemporáneo o el Museo universal. Valle-Inclán muestra su fascinación por Italia en la Sonata de primavera, aunque no se nos escapa que  Ligura no deja de ser un remedo de Santiago de Compostela. Siguiendo en el noventayocho, ignoro si Unamuno se asomó alguna vez al foro rommano o navegó los canales venecianos; tampoco me consta que Azorín, tan adicto a París, lo hiciera. Pero de quien  no hay duda de que transitó Italia de cabo a rabo, fue uno de sus coetáneos, de quién los críticos se resisten a englobarlo en ese heterogéneo grupo del noventayocho: Vicente Blasco Ibañez.
El escritor valenciano es el gran outsider de la generación. Se lo tiene por un escritor menor, un costumbrista del que se celebran sus obras de ambiente regional: Cañas y Barro, Arroz y Tartana, y la Barraca, olvidando que Blasco fue, de todos ellos, el escritor más  cosmopolita. Emigró a América, donde triunfó. Su novela Los cuatro jinetes del Apocalipsis fue llevada al cine en más de una ocasión.
Blasco fue un gran viajero, dejando constancia de ello en numerosos escritos. Su libro La vuelta al mundo de un novelista, viene  a confirmar cuanto decimos. Sensible  a todo lugar que despertara su admiración, dejó reseña de ello en su extensa literatura viajera.
En estos días ha llegado hasta mí un opúsculo en el que relata su experiencia Veneciana. Tras preludiar su periplo por la geografía italiana, Blasco nos confía apasionadamente su encuentro con Venecia. Como nos deja ver, se cuenta entre los muchos que quedaron fascinados ante la visión noble y exótica de la Serenísima. La obra viene a ser una introducción a Venecia, la loa de un poeta maravillado por el misterio indescifrable de la ciudad. Paso a paso, nos va adentrando en los entresijos de cómo una pequeña ciudad asentada sobre islotes, se convierte en una república invicta. Blasco repasa su historia, el friso de las grandes familias venecianas: Los Dandolo, los Foscari, los Loredan, los Venier, los Contarini, los Cornaro, los Morosini. Va siguiendo sus huellas hasta desembocar en su período de decadencia. Y aun en esa decadencia descubre esa otra Venecia fascinante, la de Casanova y Goldoni, la de los teatros y los palacios abandonados que descubrieron los románticos. Blasco no se cansa de contar con su estilo un tanto retórico, y nos descubre el fasto de San Marco, con su herencia bizantina; la majestad del palacio Ducal, con todo el esplendor de sus salones, rebosantes de pinturas y solemne memoria. Da un repaso por sus instituciones. Recuerda la magnificencia del dogo y las intrigas inquisitoriales del consejo de los diez. Le deslumbra la sala del Maggiore Consiglio y los cuadros de batallas expuestas en la del Escrutinio. Visita los Plomos y desciende hasta las húmedas mazmorras de los pozos. En cada rincón encuentra un detalle a resaltar. Luego vuelve su vista a la laguna, en tantos motivos análoga a su albufera valenciana, y se extasía describiendo las maravillas que la adornan: San Giorgio, la Giudecca, el Lido. Blasco comprende que no acabaría nunca de narrar, y concluye el librito con una minuciosa descripción de la vida en los canales. Al fin, tiene que partir de Venecia como quien abandona a una amada. Su corazón desbordado escruta el futuro rastreando ese día en que poder retornar. Simplemente, Venecia.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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