ALGO MÁS SOBRE LOS BORGIA


Fueron los Borgia (o Borja, su apellido vernáculo de origen aragonés) sin duda una familia singular. Para Mario Puzzo, la gran familia del crimen. Porque como a casi todo en España, también les acompaña su leyenda negra.  La familia, tras la conquista  de Jaime I , se asentó en Játiva, cuyas alturas domina su castillo y en cuya catedral se guarda memoria de sus dos papas, Calixto III y  Alejandro VI.
Con el primero, una rama de la familia se trasladó a la capital papal, Roma, donde las oportunidades se ajustaban  a la medida de sus ambiciones. El papado de Calixto III no guarda acontecimientos extraordinarios para la historia de la iglesia, pero si en el devenir de su familia, que bajo su apostolado afianzó sus raíces en la capital de la cristiandad. Pronto los Borgia se codearon con las sagas de la nobleza romana autóctona : Los Colonna, los Orsini, y el resto de familias italianas, como los Cibo, Picolominni, de la Rovere, que dejaron su impronta en la tradición eclesiástica. La lucha por alcanzar máximos honores, de los cuales sin duda alguna el mayor sería cubrir su cabeza con la majestad de la mitra pontificia, debió ser ardua, resultado de una política de cálculo y presión. La alianza con otras familias descollantes que, como buitres sobrevolaban el solio de Letrán, resultaría decisiva para que el cónclave se decidiera en uno u otro sentido, por esta o aquella familia.
La competencia política de Rodrigo Borgia, avalada por el ascendiente de su antepasado CalixtoIII que lo llevo siendo joven a Roma, debió de ser uno de los factores que determinaron su ascenso hasta la silla de Pedro. Su nombramiento no tenía nada de extraño en una Italia donde el reino aragonés, comandado por el rey Fernando de España  trazaba los márgenes de sus influencias. Impulsado por tal voluntad, económicamente respaldado por la famiia Medici, el futuro Alejandro VI  salió airoso de la pugna con las habituales familias que ambicionaban el papado. Como Papa, Alejandro ha dejado una memoria contradictoria. Oscurecida su huella por la leyenda oprobiosa que persigue a su familia, sus hechos se ven empañados por la dinámica que caracterizaba a las cortes papeles de la época. Simonía y nepotismo estaban arraigados en la ética eclesiástica y, Alejandro VI, no los abolió sino que muy al contrario fue a caso su mayor impulsor .  Favoreciendo a sus hijos con cargos y prebendas eclesiásticas, desencadenó el torbellino que sería responsable de su propia destrucción. Alentado por su hijo, César, al que nombró cardenal y más tarde gonfaloniero de los ejércitos papales, emprendió una política represora y de extensión territorial, encaminada a establecer en la iglesia una hegemonía de carácter familiar. Cesár barajaba el golpe de estado, que impondría en el reino de Pedro no ya una monarquía electiva sino un caudillaje de tipo hereditario. Con gran solvencia militar César, que se anexionó cuanto territorio convenía para la fundación de su gran Romaña, saqueó ciudades, suprimió adversarios, doblegó repúblicas y  puso en entredicho la continuación de la iglesia. La cual empezaba a evaluar la necesidad de una reforma, que monjes como el malogrado Savonarola, ejecutado en la pira de la plaza de la Signoria, de Florencia, venían postulando.
La invectivas proféticas que el monje lanzaba sobre la iglesia de Alejandro VI  y su animadversión republicana hacia la familia Medici, seguramente fueron decisivas en su condena. Nada más lejos de la voluntad del papa que ceder a profecías de dudoso cumplimiento ni de renunciar a deleites como lo que le proporcionaba su amante, Julia Farnese.  Pero lo cierto es que Alejandro VI no iba a sobrevivir mucho al dominico, sucumbiendo a la vorágine de su taimada política. La historia, como en tantos casos, no se pone de acuerdo. Se desconoce si murió envenenado o víctima de unas fiebres, síntomas que afectaron a su vez a su hijo César, quien sobrevivió a la plaga, pero heredando ya en realidad un poder descabezado. Su capacidad de maniobra debió verse tan mermada, que durante el siguiente cónclave para la elección papal tuvo que otorgar su voto a quien quizá fuera su peor enemigo, Giuliano de la Rovere, el futuro Julio II.
Pero la vitalidad de esta familia no tuvo por semejante debacle ni mucho menos su extinción. Años después tenemos un nuevo protagonista, flamante duque de Gandía.  Pasa a la historia durante el entierro de la reina Isabel de Portugal, esposa de Carlos V. Se cuenta que frente al cadáver de la reina, juró no volver a servir a un señor que fuese esclavo de la muerte. Y como el mundo no ha conocido a otro que a Jesucristo, a su servició, pues, se consagró como fiel monje jesuita, hasta ser canonizado como San Francisco de Borja. Su palacio de Gandía, si bien remodelado en épocas posteriores, conserva su memoria junto a ese gran lienzo romántico que se exhibe en el Prado, del magnífico pincel de Moreno Carbonero. Borgias y Borja parecen ser la cara y la cruz de una misma moneda lanzada al aire tornadizo de la historia.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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