TAUROMAQUIAS

No quiero pronunciarme sobre las corridas de toros, pero respeto a los hombres que se enfrentan con lo indómito. En ellos subsiste el mito, el sentido trágico de la viejas culturas mediterráneas. Desde Knosos, el rito del toro se vio cargado de religiosa simbología. Animó los bárbaros espectáculos romanos antes de enraizar en la península ibérica. Varios siglos de alancear toros devinieron en la tauromaquia. Su ejercicio quizá no tenga arraigo en nuestras sociedades aburguesadas, donde un ciudadano crecido entre los algodones de los derechos del hombre y el auxilio social ha olvidado el carácter agónico de la existencia. Una sociedad que pone en entredicho viejas virtudes que sostuvieron moralmente a los pueblos es normal que se reconozca desvertebrada y sin objetivos. Porque acaso los valores que sostienen a la fiesta taurina se reconozcan en la noche de los tiempos. Hoy se denosta una voluntad que ha perdurado siglos en pos de unas confusas siglas que no se sabe que reportarán. ¿Fueron tal vez más longevas y prosperas las sociedades matriarcales?
He visto un reportaje sobre Manolete. En él se manifestaron toda la grandeza y servidumbre de la fiesta. Fue el valor su religión, un valor en el que se manifestaba la superación del hombre frente a lo problemático. En el arrojo del matador se vislumbra esa luz que disipa la confusión de las tinieblas. Es el triunfo del orden sobre el caos, de la razón sobre el instinto, victoria por la que el hombre prevalece sobre todas las potencias del abismo. Quizá se encuentre en la esencia del toreo un significado religioso, donde el oficiante ritualiza una pugna ancestral, que alcanza su liberación en el sacrificio de la bestia que simboliza el oscuro sustrato del mundo. Es un arcaico sacrificio que se remonta a los orígenes; incluso puede encontrarse algún paralelo en la iconografía cristiana, con el episodio de San Jorge. Pero no solo en el acabar con la bestia reside la grandeza, sino en la superación de uno mismo, en el saber vencer de los propios instintos para que la voluntad de dominio prevalezca sobre la adversidad. En Manolete perduró esa templanza que predomina sobre el desenfreno del instinto, ayudándole a transitar unos terrenos en donde pudo contemplar cara a cara a la gloria. ¿Fue la muerte el precio a pagar por su osadía?

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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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