COLECCIONISMO

Oigo en una conferencia de Andrés Trapiello que a principios del siglo XX se encontraban cuadros del Greco en el rastro.  Hoy sería inverosímil, pues cualquier objeto de valor no suele pasar desapercibido. En Alicante, bajo los pórticos de la plaza del Ayuntamiento, se monta un pequeño rastro dominical. Se comercia con objetos, libros, discos, sellos, monedas. Es un mercadillo que yo ya frecuenté de niño, época en la que se padece además de las fiebres debidas a la viruela o la rubeola, la del coleccionismo de cualquier tipo. En mi caso era de sellos, como prolongación del coleccionismo de cromos, fueran de la liga de futbol en curso o de cualquier otro álbum  de variada temática con los  que se quería darnos el timo de la estampita a  cargo de las publicaciones del ramo. Hoy como ayer soñamos en encontrar ese sello rarísimo que cuesta un fortunón y que venga a resolver parcialmente nuestros males. Pero tal posibilidad no se da nunca, pues los astutos comerciantes mantienen bien en guardia el ojo avizor. Lo que hoy día me lleva hasta allí muchos domingos no son los sellos, cuyo  coleccionismo no rebasó los límites de la puerilidad, sino los libros antiguos y de ocasión. Se encuentran libros casi tirados de precio, a euro y a 2 euros, pero tal vez porque el libro se ha convertido en una mercancía que interesa a muy pocos; solo  a algunos descabalados como yo para quienes la letra impresa constituye uno de los elementos de su dieta. La mayoría de estos libros de saldo no tienen otro valor que el papel en que están impresos, pues son versiones basura de obras
ya desechadas por el público lector. Los venden a un euro porque a caso los han adquirido sin coste alguno.
Cuando redescubrí recientemente el viejo mercadillo, tuve la pulsión de deshacerme de una mochila de libros que sobresaturaban mi biblioteca y así intenté trapichearlos en alguno de los puestos, donde tras mucho regateo convinieron en quedárselos si se los regalaba. El comerciante de al lado me ofreció cinco euros por todos, y habían más de veinte, y tuve que capitular. No obstante, en este rastro no como vendedor sino como comprador he conseguido algunos ejemplares interesantes; ciertas primeras ediciones adquiridas a cifras módicas y algún que orto libro curioso, entre los cuales como nos ocurría en la infancia con los sellos, soñamos con encontrar ese ejemplar que sin esperarlo tenga un valor suficiente que llene nuestros bolsillos; pero ¡quiá!, a estos libreros no se les escapa una. No ha mucho creí haber dado en la diana: cayó en mis manos por unos pocos euros una primera edición de Clamor, del poeta Jorge Guillen. Que fuera una primera edición del 77 ya presumía un coste más elevado que el de la compra, pero es que para colmo llevaba escrito en la contratapa un poema manuscrito y firmado por el propio poeta. Creí haber dado con algo y decidí ir a un entendido para que me lo valorara. Pero afortunadamente no llegué a dar ese paso, porque un pariente me sacó del error haciéndome reconocer que el tal poema autografiado no era más que una fotocopia que el editor se había decidido a imprimir en las primeras y postreras páginas del libro. El asunto no pasó de un desliz de coleccionista bisoño. Habrá que aguardar a ese otro inesperado golpe de la fortuna o al no menos improbable pleno en La Primitiva.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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