VENECIANAS V: VEDUTISMO VENECIANO

El vedutismo se constituye en Venecia como un específico género pictórico, creando una suerte de maniera del paisajismo en general. Existen precedentes de escoger a la ciudad como tema, como el muy destacado de Carpaccio y los Bellini, pero rigurosamente este arte característico se fundamenta como movimiento en el siglo XVIII, alcanzando su apogeo con Canaletto y, en menor medida, con su sobrino Belloto y Guardi. Los albores del siglo ya conocieron las aportaciones inestimables al género de Van Vittell y Carlevarijs, y durante diferentes épocas son numerosas las aproximaciones, tales como las de Turner o Monet. Porque quizá sea el paisaje de Venecia uno de los más recurrentes en la historia de la pintura.

La principal vista, tan excepcional como reiterada, recogida por casi todos los pintores, es la del entorno del Bacino, de la cual existen tres perspectivas primordiales: desde la Riva degli Schiavonni, desde San Giorggio y desde la Salute. En la primera, tomando como eje el puente de la Piedad, se siente uno circundado por un horizonte inusual, desde donde se asiste a una Venecia impactante, presentida casi como una evocación onírica, si bien la visión es sesgada respecto de los edificios más emblemáticos de su pasado esplendor, el palacio Ducal, la biblioteca Marciana y la Ceca. No hay la menor duda que San Giorggio, la Salute y el Lido en lontananza convencen al espectador de que vislumbra algo insólito, una de esas rarezas, en su excelencia, de la historia. La Riva degli Schiavonni se configura, pues, como el paseo más visitado de la ciudad, y hasta sé de quien, en concreto un jubilado abogado madrileño con quien intimé en el aereopuerto Marco Polo, encontraba su mayor deleite en, sentado en alguna de las terrazas de sus cafés, contemplar el tránsito bullicioso de las embarcaciones.

Ubicados en San Giorggio, nos encontramos con la panorámica oficial de Venecia, singular estampa de su grandeza, cuanto de sí misma quería dar a conocer al mundo, con sus apabullantes edificios fundamentales enfrentándonos; es lugar común en todos los pintores, Canaletto lo reprodujo desde diferentes ángulos y momentos, y su perspectiva varía si el observador se sitúa al pie de la fachada o en la cumbre del campanile. Esta alternativa aérea ofrece una visión global, más de conjunto, y nos facilita ese techo peculiarísimo de la ciudad, con su variedad de cúpulas, azoteas, torres y agujas reconocibles de los campanarios.

Desde las escalinatas de la Salute se obtiene un aspecto más tangencial del bacino y del área de san Marco. Si algo caracteriza la vista, es la intensidad de trafico urbano que abandona las aguas del Gran Canal para confluir en el espacio abierto de la laguna o buscar el resguardo de los embarcaderos, con un intensivo maniobrar de los gondoleros en busca de clientes. Fácil, pues, es sorprender el bogar obstinado de alguna góndola, o de varias regateando sobre el contraste de la peculiar geometría bizantina o goticista de las loggias de los pallazzi.

Junto al bacino, es el Gran Canal el otro punto neurálgico de Venecia. Éste es igualmente rico en sugerentes perspectivas. Una, que me conmueve en especial, es la de la Salute contemplada desde el puente de la Academia cuando el sol abandona sus viejos oros de poniente sobre la superficie de las cúpulas. Es una imagen que de forma inequívoca nos obliga a creer en la posibilidad de cercanas realidades inefables.

Venecia es mágica en el crepúsculo, y es lástima que estos pintores diecichescos no hicieran mayor hincapié en tales sutilezas. Si al mediodía nos ciega el reverbero de sus mármoles y el esplendor de su magnificencia, al caer la tarde la ciudad nos hace compartir su nostalgia de vieja dama cargada de recuerdos. Ver cómo se ensombrece, con los postrimeros rayos lamiendo la piedra del puente de Rialto, puede propiciar la lánguida rima de más de un poeta. Byron no la malgastó, acaso porque para un veterano residente tal circunstancia le pareciera una superflua rutina. Tal vez la hubiera compuesto un Keats emocionado, transido de panteista elevación, si hubiera escogido la ciudad de la laguna y no Roma como residencia. Para nosotros, ver morir el día mientras toda actividad va decreciendo sobre la superficie del Canal, y aguardar la noche que llega, como todo aliento de vida presiente el irrevocable silencio, nos reconcilia con el tiempo y la ineludible necesidad.
Compartir en Google Plus

Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

  • Image
  • Image
  • Image
  • Image
  • Image

0 comentarios:

Publicar un comentario