APUNTES SOBRE EL GRECO

En mis itinerarios por Toledo, una de las paradas que resulta obligada es en la denominada capilla del Entierro...Cuando uno enfila la calle de santo Tomé, sugestivo jalón de la judería, se enfrenta sin quererlo a ese secular espíritu que impregna la ciudad. La talla del crucifijo sobre el muro de la iglesia homónima que nos sale al paso, es buena muestra de ello, pues nos retrotrae a la más honda religiosidad española, llena de místicos martirios, pero, tambien,de ténebres resonancias de inquisición. Bajando la estrecha y lobrega cuesta que delimita el templo, bajo la airosa custodia de su torre mudéjar, se desemboca en la plaza por donde se accede a la célebre capilla, a la que se halla adjunta la fachada del que fuera palacio de los condes de Fuensalida, célebre entre otras cosas por su renombrado cenáculo literario de nuestro siglo de oro, y que da lustre a aquel lugar un tanto descarriado.

Quisiera decir que el interior de tan celebrada capilla es un remanso de paz y recogimiento; pero nada más lejos de la realidad; por lo general reina cierto agitado desorden, cuando no tumulto, de visitantes que entran y salen, de grupos de nipones que expresan sin reparo sus orientales exclamaciones, etc...Hay que aprovechar algún tranquilo intervalo para detenerse y, desde uno de los bancos, contemplar a placer y con placer la pintura. Obra que reclama nuestra más recatada veneración, como cuaquier retablo gótico, lo cual no significa que con este lienzo se establezca un retroceso en cuanto a la evolución de la pintura del genial cretense.

El "Entierro del conde de Orgaz" es sin duda la obra más fundamental del Greco. Es la obra bisagra que divide esos dos períodos característicos de su pintura. Uno, el del griego que llegó a Toledo con don Diego de Castilla para pintar el retablo de Santo Domingo el Antiguo con bien marcadas influencias italianizantes; y otro, bien distinto, el que surge tras abordar la Gloria del Entierro...,donde queda patente su original evolución como artista y que algunos críticos calificaron de "modo extravagante". En esos dos planos bien diferenciados del cuadro se expresan claramente cuáles eras sus obligaciones y cuáles sus aspiraciones. En el inferior, en el que se desarrolla toda la escenografía del sepelio, el Greco hace gala de todos los recursos a los que alcanza su depurada maestría manierista. En la ropa talar se definen nítidamente estas excelencias. Tarea de un fino virtuosismo corresponde a las Dalmáticas de san Agustín y san Esteban, así como demuestra el dominio de las transparencia en el sobrepelliz del ecónomo y su depurada técnica veneciana en el acabado perfecto de la armadura del difunto conde de Orgaz. En el plano superior, emprende su camino más personal, verdadera disyuntiva en la historia del arte y que hará que al cabo de los siglos su obra destile una contrastada modernidad.

La anécdota del cuadro, por su parte, se ciñe a los pormenores del milagro acaecido durante el sepelio del citado conde de Orgaz, siglos atrás. Pero, para nosotros, el lienzo habla más de la contemporaneidad del pintor y de su idiosincrasia. El cuadro es fiel reflejo de un determinado momento histórico; testigo lúcido de ese acontecer. Entre las muchas lecturas, se revela como ese retrato temporal de España, la huella indeleble de tal proceso crítico. El artista supo ver, con proyección podríamos decir que cervantina, la entretelas de ese mítico sepelio, cuyas dobleces apuntaban ya el germen de nuestra decadencia. Exaltado requiem de una crepuscular patria caballeresca, que otra, arrobada de místicas exigencias, se dispone a inhumar. El verdadero milagro de la tela reside en que supo interpretar acertadamente esos inciertos albures del decisivo momento histórico, considerar con juicio el pulso de una época que periclitaba.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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