SENDEROS GRIEGOS

Desde las alturas de la Acrópolis se sueña esa ciudad que fuera Atenas. A los pies de sus promontorios, sobre los que esparcen sus manchas pardas los pinos, se desparramaba esa ciudad que extendió su magisterio sobre todo el período clásico. Alcanzó su apogeo con Pericles, el más lúcido de sus mandatarios, bajo cuya dirección se consolidó un nuevo concepto, la democracia, y se construyó el más bello baluarte de la antigüedad: la Acrópolis. Por vez primera en la historia, el demos, relegado a oscuras labores utilitarias de mera supervivencia, gozaba de la plena ciudadanía y su voz, que paso a paso adquiría un mayor peso específico, se dejaba sentir en la asamblea. La prudencia que le confería a Pericles ser un alcmeónida, responsables de muchas de las reformas constitucionales atenienses, es la que le permitió realizar una política cohesionada y firme en unos objetivos, que desde Salamina imponían cuál sería el destino de Atenas. Esos muros de maderos que predijo el oráculo, y no los largos muros de piedra, serían los que dictarían la grandeza de Atenas, manteniendo ese dificil equilibrio con el rey persa y Esparta. No pudo evitarse la guerra con esta última, que mientras se mantuvo Pericles como hegemón, antes de caer víctima de la peste que asoló la ciudad, mantuvo un balance favorable a su estrategia, que no era otra que, mientras se repelía el asedió del ejército espartano frente a los largos muros, se acecharan las costas peloponesias con efectivos y tácticos golpes de mano. A su muerte, la politicas prepotentes de Cleón y sus sucesores llevaron a la ciudad a la derrota definitiva, decisiva en su historia.

La Acrópolis se mantiene impasible ante el moderno devenir de Atenas, que no difiere tanto del de antaño. Continúa siendo esa dinámica ciudad mediterránea, abierta al comercio, cuya flota naviera recorre de punta a punta los mares, como en la antiguedad lo recorrían fundando sus emporios y cleruquías. Varios siglos, sin embargo, de dominación y de dolor la volvieron pasto de la ignorancia y del olvido. La nostalgia de Byron en Missolonghi no fue suficiente para hacerla revivir. Testigos de estos siglos de ostracismo y calamidad son las columnas desmoronadas del Partenón, fruto de los bélicos ardores del veneciano Morosini, que no dejó estátua ilesa en su frontón.

En las laderas de la Acrópolis se asienta el pintoresco barrio de Plaka que, como en todos los viejos barrios mediterráneos, al amparo de su baluarte desarrolló una costreñida vida de verdades esenciales y cotidianas, contenta con mantenerse a salvo de los saqueadores y de las guerras. En ese reducto, se refugió por un tiempo la que fuera esplendorosa vida de Atenas, desde cuya atalaya las viejas piedras sólo recuerdan la desolación de los sepulcros y son sólo lamentables ruinas sus grandezas. ¿Qué del teatro de Herodes Atico, de los templos de Adriano, del Areópago y el foro romano...? ¿De qué nos hablan los vencidos sillares de los propileos, el templo aislado de Hefesto o las miradas impasibles de las cariátides del Erectión...? De que quizá todo pasa, aun la plenitud de la vida. Sólo se mantiene en pie una esperanza, que aunque incluso sumida en este oneroso ostracismo -cuya ostraca le correspondió de ese saco infausto de la historia-la ciudad mantiene ese misterio de su dynamos, que impulsado por una brisa liviana de levante nos llega entremezclado con las notas exaltadas del sirtaki
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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