RAYMOND CHANDLER: EL SIMPLE ARTE DE NARRAR

La lectura de Chandler nos descubre la experiencia de la moderna narrativa. Su estilo directo penetra con cínica lucidez la realidad que refleja: un mundo desconcertado, insolidario, a veces desquiciado, cuyo fruto más sintomático es el crimen, felonía que de alguna manera lo define. Su mirada, que pretende reconocer ese más allá de las vísceras, de los ácidos componentes que segregan las bilis en su insana identidad biológica, es de resignada denuncia, a menudo incrédula de que los podridos engranajes que articulan la sociedad puedan ser cambiados por otros relucientes y bien engrasados. La curiosidad con que analiza estos procesos, posee la precisa frialdad del bisturí del forense, que urga y escarba entre los tejidos y pliegues sociales, hasta descubrir la descarnadura que constituyen las lesiones inculpatorias tendentes a corromperse y eliminar los vestigios más concluyentes al practicar la autopsia en el cadáver. Su único recurso para sustraerse a tal degradación, es protegerse de sus fétidas emanaciones con el recurso elemental de taparse las narices. Chandler observa el crimen como uno más de los productos que la sociedad es capaz de generar sin otros miramientos morales, a la par que las obras de arte, el buen whisky o las armas de fuego. Porque la violencia es atributo inherente a su naturaleza, una particularidad de esa fiera antropofágica que devora a sus propias criaturas.

El periplo de Chandler-Marlowe recorre todos los estratos de un submundo que trata de esconder sus trapos sucios, desenterrando en ágil vuelapluma la peculiaridad, por lo general viciada, de los comportamientos. Su estilo indagatorio tiene garantia de encuesta, pero no la fría pasividad de la estadística. En verdad, el mundo que patea Marlowe no es, ciertamente, el real, sino el recomendable para la prosa descriptiva de Chandler, sí bien participa con creces de las claves de la realidad. Seguir a Marlowe por garitos y tugurios, por oficinas malolientes, por almacenes clandestinos, por los casinos controlados por el hampa, por salas de billar frecuentadas por timadores y parásitos, por salones de baile y por burdeles, es trazar la carta certera de la geografía de esa América latiente, bajo la erupción determinante y devastadora del "gran crack". Con Marlowe conocemos del escaso valor de la vida en esa sociedad devaluada, que el precio de la delación lo cubre una botella bourbon para los muchos devotos alcohólicos, que el homicidio supone el saldo más recomendable o que el mayor logro es hacerse con la bolsa del derby de Connecticut o Kentucky. La crudeza del ámbito hace que todos los personajes, juguetes de la necesidad, sucumban a la tentación del más execrable egoísmo, a la embriaguez de la pasiones más burdas, con una indolencia que se refocila en su propia culpa, cuando no en el complaciente espectáculo de su propia autodestrucción. Y una vez que todo parece perdido, surge la socarrona y cínica advertencia de Marlowe de que aun en medio de la cienaga puede deslumbrar la belleza de una flor, que si bien el perverso remolino amenaza tragarlo todo, siempre se mantendrá en pie el firme bastión de la verdad. Pues la sombra del ideal es lo único que libra al hombre de su propio caos.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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