PRAGA MISTERIOSA

Cuenta Mujica Lainez en Bomarzo que hay tres ciudades donde parece no haber transcurrido el tiempo, aunque si uno lo analiza detenidamente tal supuesto no deja de ser más que una añoranza. Estas ciudades son Venecia, Toledo y Brujas. Las dos primeras constituyen dos de mis destinos viajeros más frecuentados, quedando, sin embargo, Brujas, a la que habré visitado en no menos de tres ocasiones, como la más desconocida de las tres. No es que desestime la fascinación de esta esplendida ciudad flamenca, pero es que Toledo por su proximidad y Venecia, por ese poder inigualable con que Italia nos atrea, me han sido más asequibles.

Otra ciudad europea que comparte hasta cierto grado el encanto y el atractivo de esas primeras tres, es Praga. Visité Praga antes de su integración en la Unión Europea y en la zona euro, y por entonces aún se percibían los vestigios de su pasado como satélite perteneciente a esa mancomunidad subsidiaria del imperio soviético, los paises que se extendían más allá de esa frontera conocida como telón de acero. Entre lo hábitos de sus aduaneros aún persitían ciertos usos casposos que denunciaban el hermetismo del protocolo comunista, no habiéndose sacudido sus costumbres las escamas de ciertas anquilosadas nostalgias.

Por lo que se refiere a la ciudad, ni que decir tiene: me deslumbró. Praga ostenta una belleza extraordianaria, entre sublime y misteriosa, que la vuelve codiciada para los ojos meridionales. En su contemplación, uno puede extasiarse durante horas. Desde cualquier punto en que se divise la ciudad, se llega a descubrir esas sugerencias plásticas que la tornarán admirable. Praga: ciudad de historia y de leyenda. En verdad los nazis con su entrada incruenta en la ciudad nos hicieron un favor, la rescataron para el fervor de los tiempos venideros. Desde la contemplación deslumbrada del puente Carlos, bajo cuyos seculares arcos discurren las aguas testimoniales y áureas del Moldava, como un huidizo espejo de su magnificencia, hasta la cumbre egregia del Castillo, sede de ese fasto de ciudad imperial, Praga nos cautiva desde el primero hasta el último de sus rincones. Rincones que conocieron el hormigueo en el gettho judío, con la vitalidad de sus sinagogas; el halo del misterio en los umbríos callejones en los que parece retenida la sombra sesgada de Kafka; la celebración cívica del Stare Mesto,  con el barroco deslumbrador e impecable de los barrios adyacentes;  la aureolada belleza de sus iglesias y monasterios; la jovialidad de sus teatros donde todavía se escucha el fraseo del Don Giovanni; todo ello, en conjunto, configura ese mágico secreto de Praga, que la sitúa entre esas ciudades inolvidables y legendarias que merece la pena visitar.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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