CAMINO DE COMPOSTELA

Mi arribada a Compostela no fue como peregrino sino como turista, hecho en algún aspecto lamentable. Pero el  sentido ético me obliga a no compartir unas tradiciones que mi bautismo y mi fe evangélica excluyen. Lo cual no quita para que sienta un solidaria simpatía por todos aquellos que siguen el Camino...Debe experimentarse una emoción incomparable al divisar Compostela agazapada entre los cerros, tal vez desde la prespectiva única del monte del Gozo. Fascinadora entre sus brumas, la sentiremos latir en la hondas campanadas que resuenan en el valle hasta desvanecerse entre el misterio indefinible de las nubes. Nubes preñadas de aguaceros, de sucios trazos como de carboncillo difuninado. A no tardar, la llovizna empapará los tejados y el empedrado de las calles se cubrirá de lamparones dispersos, que los paisanos esquivan guareciéndose bajo los pórticos, mientras los peregrinos echan mano de sus chubasqueros remetidos en sus alforjas.

Al entrar en Santiago sentí cierta decepción. Siguiendo el itinerario desde la estación de autobuses, pude observar una ciudad que se extendía desigual; un curso de casas blancas y descuidadas que se fue prolongando algo más de un kilómetro. Lentamente, conforme penetraba el tupido entramado de la ciudad, esta impresión fue decreciendo; su urbanismo se volvió más pintoresco. Sin saberlo, me adentré en el casco viejo de Compostela siguiendo la pista del hotel que había contratado. Tales prolegómenos me llevaron a descubrir la más esencial Compostela, pues el hotel se hallaba al volver de una empinada rampa que descendía una vez rebasada la plaza del Obradoiro.

El descubrimiento de la plaza significó el culmen de la admiración que iba despertando la ciudad mientras progresaba en la búsqueda de mi hospedaje. La plaza es uno de esos enclaves que cautivan nada más verlos y que poseen el encanto más sugestivo. No pude por menos que detenerme a admirar aquel peculiarísimo conjunto monumental, corazón del sentir galaico para lo universal, y cesar momentáneamente en el rastreo del hotel. Muchas veces había visto por televisión la fachada de la catedral, pero nunca podrá impresionar como su contemplación en vivo, a pie de plaza. Esa plaza que se convirtió en omphalos de la edad media, a cuya llamada acudían peregrimos procedentes de todos los rincones de la tierra. Frente a la esplendorosa fachada catedralicia siente el viajero ese devoto estremecimiento que alienta a cada pregrino que converge a sus puertas, tras haber superado esa ruta de experiencia y purificación que, en esencia, debe significar el Camino.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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