GABO, IN MEMORIAM

Nunca como hoy las letras hispánicas se visten de luto. Gabo ha muerto. Nos ha dejado a una edad prudencial, regalándonos el legado inimitable de sus obras. Puedo vanagloriarme de haber leído gran parte de ellas, desde que su "Cien años de soledad"  irrumpiera con ese milagro literario conocido por todos como el "boom". Porque básicamente esta novela fue la generatriz de otras muchas que llenaron luego el universo literario hispanoamericano. Para mí, como para tantos otros, supuso una revelación, una manera diferente de entender la literatura, y fue, sin duda, nuestro norte en la brújula para acceder a esa nueva novela. Cien años de soledad, el gran culebrón mágico de la saga de los Buendía, penetró en nuestras letras con la fuerza de un tifón caribeño, aportando esos aires nuevos con que siempre se oreó nuestra ajada literatura. Porque invariablemente esos aires nuevos vinieron de américa, con José Martí y José Asunción Silva en el XIX, con Rubén Darío y Neruda en el veinte; con ellos nuestra modernidad aireó los sórdidos desvanes, hediondos de un ya periclitado Siglo de Oro.

Porque en España se hacía una rala literatura, constreñida por los impedimentos de un régimen tiránico y censor. Tan sólo destacaba un Cela, más como personaje que por sus propias obras, mientras Umbral todavía era un desconocido. Imperaba una literatura social deudora de los fantasmas de la guerra civil y que inquiría en el yermo panorama de postguerra para describir su propuesta desolada. Andando por ese páramo inhabitado de nebulosos horizontes, llegó la novela de Gabo. Verdaderamente, significó un "boom", una explosión que hizo estallar por los aires las astillas de ese viejo carromato, arrastrado por los famélicos jamelgos de nuestra letras. Ya no volvieron a escucharse sus cascabeles.

Descanse en paz Gabriel García Márquez, quien nos recordó a todos ese Macondo entrañable que llevamos cada uno en nuestro corazón.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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