MÚSICA DE CÁMARA

Durante estos últimos días la música que acompaña mis ratos de ocio es la de cámara. Como la pianística, es una música serena que llama a nuestra intimidad. En mi discoteca privada poseo alguno de los ejemplos más representativos de este género musical. En el cuarteto se encuentra el germen de la gran orquesta; en él parece resonar el eco polifónico de sus voces. Esto, sobre todo, se evidencia en Beethoven, en cuyos últimos cuartetos retumba esa música callada que acompaña a todo ser humano, donde el pulso de sus cuerdas parecen penetrar hasta la raíz misma de las emociones y reconocer ese yo profundo. Con Brahms, se abre un abanico de nuevas sensaciones, en el que en el reverbero de la cuerda se apuntan ya revelaciones de lo onírico, de un yo arrebatado por la fascinación de la vida. Entre los mejores cuartetos no hay que olvidar los de Arriaga, en contraste con los de un Mozart, que no encontraron culminación; resultan deliciosos los de Paganini; convencionales los de Campagnoli. Y no hay que olvidar la deliciosa cuerda que contrapunta el Eleonor Rigby de los Beatles.
Cuenta Harold Bloom que la novelística de Jane Austin nos recuerda el juego concertante de un cuarteto de cuerda, que ésta en el fondo es una contenida y deliciosa música de cámara, con un talante expresivo comparable al de Haydn. Espero algún día leerla: compulsar las alegres melodías de sus violines, las nostalgias de la violas, la meláncolica gravedad del violoncello, interpretar, en fin, su comprometido diálogo.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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