LAS ÚLTIMAS HORAS DEL GUERRILLERO

Ya hacía días que permanecía en aquel cuarto. Desde que lo capturaron.No podía situarse en el tiempo por el reloj, pues se lo habían requisado. Mantenía cierta orientación por la periodicidad de las comidas: las dos del día, más el frugal desayuno, una taza de leche acompañada de un pan seco. En el habítáculo había un ventanuco que daba a un vano, donde apenas penetraba la luz. Una débil bujía iluminaba el angosto recinto durante el escaso tiempo que creían conveniente, pues el interruptor se localizaba fuera del cuarto. Gran parte del día el recluso permanecía a oscuras, con la mirada atenta a la rendija de luz que penetraba por debajo de la puerta. Fuera se oían ruidos, que había llegado a identificar en la lógica de ciertos hechos. Tres veces al día cambiaban al centinela. Se escuchaban los taconeos de una guardia numerosa, las secas voces de mando del oficial y el traqueteo de los fusiles mientras cambiaban de posición en las manos y cuerpo de los soldados.
En el pequeño cuarto no hay cama, ni sanitario, ni tan siquiera una vulgar palangana para asearse en las mañanas. Tampoco un orinal.Tales carencias hacen presumir que se trata de un lugar provisional, y que la estancia allí será corta. En cualquier caso, no puede asegurar si habrá un después. Lo habían encerrado allí desde que lo capturaron en el monte, con un balazo en la pierna. Le anudaron un torniquete, pero la herida todavía supuraba y de cuando en cuando mordía como la dentadura de un caimán.
 En aquellas tinieblas, solo puede escuchar el latir del corazón, el pulso denodado que martillea en las venas del cuello, el ardor de la herida de la pierna, la vida que se derrama llena de presentimientos.  Le conforta al menos el que aún pueda pensar en el futuro, pues se imagina con sus camaradas en una nueva campaña, atravesando selvas, escalando laderas, marchando con todo el pertrecho por los caminos polvorientos, vivaqueando alegres junto a un regato del monte, convencidos de que sorprenderán al enemigo y saldrán victoriosos de la escaramuza. Le consuela algo imaginar que ese futuro pueda concretarse algún día. Sin embargo, las horas pasan lentas, como el molesto goteo de un grifo en la noche; en una noche que espera ansiosa, desazonada, la llegada del alba, esa hora incierta en las que suelen consumarse las más graves resoluciones.
Pero así yaciente, a través de las invariables tinieblas, pasa otro día tal como el anterior, consolidando una amarga rutina de lo inhabitual. Con las sombras se ciernen todos los temores junto a la más desesperada de las esperanzas. Hasta aquel rincón llegan los ruidos nocturnos: el cimbreo de la techumbre azotada por el viento, el repiqueteo de la lluvia sobre la fría uralita, el eco misterioso de la selva cercana, en la que a veces se distingue el exótico ulular de un pájaro, el histérico chillido del macaco, el gruñido rezogante del puma o el graznido del cuervo. A poca distancia se deja sentir el recreo de parte de la guarnición, que bromea tal vez en torno al fuego. Escucha su risa, sus canciones...Sabe, aunque le cuesta aceptarlo, que aquellos jóvenes espontáneos y francos son el enemigo. Que tan sólo hace unas pocas jornadas se estuvo tiroteando con ellos en el monte. Del fusil de uno cualquiera pudo surgir la bala que le hirió en la pierna y que lo dejó, inerme, a merced del adversario. Poco se diferencian aquellos jóvenes de los que combaten a su lado; comparten buena parte de su espíritu, de sus necesidades, de sus ambiciones. Pero están en el otro bando.Todos sueñan una vida mejor, un hogar próspero que ofrecer a su hembra y a sus hijos, una patria en paz; ese futuro mas digno es por lo que combaten, por lo que soportan ahora reñir como alimañas en las sierras, joderse bajo las órdenes inclementes de sus superiores, intercambiar la vida por una posición en el mundo donde no vuelvan a ser pisoteados. ¡Sí! Aquellos jóvenes no deben diferenciarse mucho con los que combaten a su lado: el "flaco" Artigas, Dorronsoro, "Chispita", Dalmacio el mejicano. Serán como ellos. Sin embargo, el destino ha situado a unos frente a otros, para revolcarse en el polvo, para arrancarse las entrañas, cauterizarse con el odio y devorarse como las fieras. Si los soldados supieran las razones del adversario, arrojarían las armas y desobedecerían a sus jefes.
Debe de ser noche avanzada; asiste desvelado al lento desgranarse de los segundos, que parecen horas, dilatándose en los oscuros abismos de la inquietud. Se siente incómodo en la apostura que ha adoptado para evitar el dolor de la pierna herida. Las pupilas, dilatadas en la oscuridad, logran definir  algunos de los objetos que le rodean: sacos apilados, botes de pintura posiblemente, un rastrillo para el heno y un garbillo,  un ratón que corretea hasta un mendrugo de pan sobrante de las comidas. En medio de aquella agonía, siente que los parpados se le cierran y que viene no el sueño sino los sueños. Puede ver a  Yola, con ese traje estampado que le regaló por su aniversario, bajando del auto y correteando por la herbosa ladera de la granja de sus suegros en San Martín. Se reconoce a sí mismo, que corre a abrazarla, pero entonces la imagen se desvanece y tropieza otra vez con la noche, con el tiempo detenido como el agua muerta de un pozo oscuro. Debería ocurrir algo, pero sólo se advierte una sombra que sucede a otra, el dolor, la boca pastosa, con tan poca saliva que parece y sabe a sangre, una herida como un corazón desgarrado y palpitante...Un gallo. Se escucha el canto de un gallo. Ha rasgado la tiniebla entrecortado y estridente, familiar; le hace a uno la sensación de estar pasando unas jornadas tranquilas en el campo. El gallo repite su canto, pero más engolado y ufano. Debe ser la amanecida. Parece que el sueño lo vence. De pronto, un fuerte golpe. Cruje la puerta. Penetra la luz. Al fin, el día, puede otra vez saludar al día. Ante él se yergue el contorno de un soldado con uniforme verde. Se oye el chasquido de montar un arma. Deslumbra un relámpago; luego una detonación. Siente como su cuerpo se aplasta contra la pared. Hay algo que se escapa. Otra vez la noche...

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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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