EL REGRESO DE SIDDHARTHA

Siddhartha fue el libro de los sesenta; de sus páginas se nutrió el movimiento contestatario que, en esa época, hizo bascular los pilares del mundo. El mundo, sus firmes potestades, tal vez acusaron su empuje telúrico, pero los sillares de sus fundamentos resistieron. El sistema, ante la influencia de esos  elementos anómalos que no podía digerir, los metabolizó y luego regurgitó, quedando integrados en su perfil como adherencias.
Siddhartha no sé si ocupaba un lugar en la mochila de Kerouac, pero su peso era ostensible para los que querían lanzarse al "camino" en Europa. A nosotros, los adolescentes disconformes de aquellos años, nos sirvió de guía. Porque vivíamos desorientados en un mundo sin rumbo. Como jóvenes, sedientos de libertad, nos debatíamos por romper los moldes que nos constreñían.  Disconformes en lo político, en los espiritual, en lo social, en lo humano... Vivíamos un mundo donde la recién nacida prosperidad  había engendrado una juventud disconforme, crítica con unos valores que se habían tenido hasta entonces por inamovibles. Siddhartha, en este ambiente ávido de novedad,  descubrió senderos inexplorados para una sociedad que había agotado sus fórmulas, o que habían quedado inoperantes y sin dinamismo. El remoto oriente vino a airear la criptas lúgubres y enmohecidas de un enquistado cristianismo, cuya vitalidad parecía haberse marchitado en sus funciones y ritos. Para la filosofía, Dios había muerto y en la sociedad, la religión asumía un papel censor y represivo. Cualquier propuesta que liberara al individuo del peso abrumador de la tradición era bienvenido. Así fue entrando Siddhartha en nuestras vidas, tratando de usurpar el antiguo cetro con su pintoresquismo tentador. Si bien hubieron muchos que no renunciaron a la Cruz, no pocos se desperdigaron por los senderos de oriente.

Aunque el culto por oriente no era nuevo en Europa. El romántico Schopenhauer sucumbió a su atractivo, llegando en sus conclusiones metafísicas a coincidencias consustanciales con el budismo. Ateo, proponía el nihilismo como la única forma de sustraerse a la "voluntad" desordenada que rige el mundo. Es seguro que Hesse estaba familiarizado con esta filosofía, tan determinante en la cultura alemana. Pero es seguro que el pesimismo schopenhaueriano no sedujo del todo a Hesse, que al igual que su Siddhartha frente al Buda, eligió, sin menospreciar la estela de Schopenhauer y Nietzsche, indagar en la búsqueda de un camino propio, lo cual es la enseñanza más esencial de su novela. Lo que desconocemos es si tal opción conduce a algún fin, o si acaso existe un más allá aparte del que podamos considerar en las religiones gregarias, tal cual las religiones del libro o el budismo.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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