Cuando abro el maletero

Conservo la última ropa que vistió mi padre en el maletero del coche. El viejo pantalón que le costaba abrocharse a su voluminoso abdomen, las cómodas zapatillas deformadas por la anatomía de su pie: la articulación del pulgar abultada, su empeine pronunciado; también pueden encontrarse en la misma bolsa de plástico la holgada y frugal camisa de hombre anciano y la cazadora de tela ya bastante desteñida. Fue la bolsa que me entregaron cuando falleció en el hospital. Me privaban de su vida y en cambio me cargaban con unos enseres de los que urgían desprenderse. Por los silenciosos pasillos hospitalarios llevé aquella estigmatizada carga hasta el maletero del coche. No sabía en realidad qué hacer con ella. Perdía lo más valioso de él: su ser, y sin embargo le sobrevivían aquellos pingos que exhalaban el olor duradero de su cuerpo.Hace ya meses que me falta, y aquellas ropas aún permanecen en mi coche, impregnadas con la carga luctuosa de la desolación. Decía con Machado, que se iría ligero de equipaje. Cuando lo dejó la vida, su cuerpo contraído en una innatural postura solo vestía una mustio camisón hospitalario. Se marchó dejando todas las propiedades vanas en que nos empeñamos los seres humanos. En realidad rehúso deshacerme de sus cosas porque presiento que sería dar un paso hacia la puerta desdeñosa del olvido. En mi casa, lo conservo a él en sus ropas, sus muebles, sus libros, en el olor de sus sábanas, en el silencio ingrato y en esa voz cósmica que con nosotros perdura cada vez que abro cada día alguna página de los evangelios.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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