Entre Toledo y Venecia


Me ocurre, como al protagonista de Midnight in Paris, que tengo el complejo de la Edad de Oro, esa falacia de creer que cualquier tiempo pasado fue mejor. Me he extasiado no ante esas grandes ciudades símbolos del progreso como Nueva York o Londres, sino en esas otras recoletas que aun mantienen la esencia de lo que fueron. Ante la posibilidad de escoger una donde vivir en la próxima hora de mi retiro, me inclinaría por Venecia o Toledo. Sin dudar, la primera es mi predilecta, ante todo por su proximidad al mar, y su romanticismo de ciudad cuasi fantasma.  Esta elección no es original en absoluto, pues deben contarse a centenares quienes han optado por estos dos lugares para adornar con algo de prestigio esos momentos de solaz para su alma. La opción Véneta, en mi caso es harto compleja, pues presenta numerosas contrariedades: cambiar  de país, de cotidianidad, de costumbre. Para afincarse en una ciudad ese necesario antes haber echado raíces. Y con ésta solo me unen mis afinidades diletantes, y mis complicidades espirituales. La dimensiones limitadas de Venecia me hacen augurar un futuro donde un buen día esos fascinadores encantos que hoy me subyugan, se vean colmados, y, al fin, derivarán en ese paseo tedioso en el cual nada de lo que vemos despertará el fuego de la pasión. Me respondo que, llegado el caso, me aguardaría el resto de Italia para disipar esa indiferencia.
El caso de Toledo es distinto. En ella he llagado a ese punto donde ya paseo sus calles con desapasionada indiferencia. Son tantas la veces que la he visitado, que he perdido el cómputo. Comprar o alquilar una casa en Toledo, ¿tendría sus compensaciones? Con las ciudades ocurre como con la mujeres, cuando se ha superado, que diría Stendhal, esa fase de cristalización, lo encantos que exhalan estimulan ya apenas la pituitaria de nuestro corazón. Pero Toledo tiene rincones donde aún es posible alcanzar el cielo.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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