Camino de katmandú

No sé si hoy día emprender un largo viaje a un país de oriente tiene algún objeto. Durante los 60 y  70 tal periplo se hacía esencial. Se buscaba en Katmandú lo que no podíamos encontrar en el prosaísmo de nuestro barrio. Sin embargo, se abordaba tal aventura con el objetivo de desentrañar ese último repliegue que esconde la indiferencia cotidiana. Se trataba de encontrar el tercer pie del gato, el sentido de una vivencia que rescatara a la vida de su sinsentido. Sartre y Camús habían succionado cualquier savia de motivación para nuestras vidas, cual sedientos vampiros. Desbastaron toda creencia de nuestro espíritu. Habían enterrado a Dios tras el deicidio nietzscheano. Nos legaban la ética del jesuitismo y el luto de los chansoniers franceses. No sabemos si la primera persona de El extranjero admite la crítica. Mas bien nos invita a regodearnos con Marseault y su criminalidad indiferente. Nos dejaron tan en la estacada, que se nos invitaba a contestar lo establecido, barbero incluido, y echarse on the road, hasta alcanzar las estribaciones del Himalaya. Cuando uno renuncia a los valores positivos se entrega a la abyección. Se hicieron propios el hedonismo y la droga. Pero detrás de todo estaba el sexo libre. Se desconocía que la bendición se encuentra en la mujer inhibida, en aquello por lo que celaba el honor de nuestros tatarabuelos. Lo demás es dar satisfacción a efímeros pasatiempos sensuales, y ya nos contó Mann que a través de la sensualidad solo se alcanza el descarrío. Hesse, hijo también del siglo, apostó por la carta de oriente. Ello dio algún contenido a la menesterosa mochila del Hippie y encaminó sus pasos hasta las aguas purificadoras del Ganges y las cumbres invioladas de Sangri-la. Pero de allí se regresó con las manos en los mismos bolsillos con que se había marchado, y el mundo siguió rotando y rodando. Solo restaron los fines de semana de coca y burdel. Y aquí asoma de nuevo Camus invitando al pistoletazo, no ya sobre el moro, sino sobre uno mismo. Para esto podríamos habernos quedado en Bhutan.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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