Bukowski

 Leo, en la librería de El Corte Inglés, unos párrafos del libro "Mujeres", de Bukowski. Su título responde no a un feminista sino a un promiscuo, Siempre mantuve hacia este escritor norteamericano un higiénico distanciamiento. Su semblante luciferino, de hombre trabajado por el vicio, y su ascendiente sobre cierta literatura marginal española me hicieron precaverme frente a cualquier influencia. Dicha aversión se rompió cuando tuve referencias de su poema "Incendio de un sueño", en el cual me conmovió reconocer que aun en este hombre transgresor puede residir una semilla de espíritu puro. A raíz de esta lectura, frecuenté algunos de sus breves comentarios que abundan en las redes, muchos de ellos procaces, reveladores los más de su condición marginal. De todos ellos, hubo uno que me conmovió singularmente, pues en él puede encontrarse cierta virtud, incluso algo de ternura: se titula Primer Amor. Relata cómo, de adolescente, guareciéndose bajo la ropa de cama e iluminándose con una lamparilla, leía y releía libros sacados de la biblioteca pública hasta que las sábanas parecían humear, libros cuya lectura su padre censuraba y ninguneaba con ánimo despótico. Lentamente fui cobrando hacia el ilustrado Bukowski cierta empatía. Tal vez se fue reblandeciendo mi intransigencia burguesa, al punto que más adelante compré su novela La Senda del Perdedor", que no sé cuando leeré pues los libros no leídos en mi biblioteca superan a los contrarios. 

Con Bukowski se ha de ser prudente si no quiere uno dejarse enredar. No sé si todo cuanto escribía era biográfico o ficticio, o biográfico fanfarrón o ficticio suplantativo, o de dónde o hasta dónde lo uno u lo otro. Su estela es la de Hemingway y Henry Miller, sobre todo con este último hay bastantes coincidencias. El caso es que si se cae a pie juntillas en su trampa, lo primero que se impone es un sentimiento de rechazo o, perjuicio más grave, que quedes atrapado en su retórica. En tal libro Mujeres, novela o crónica, cuyo narrador-personaje es un escritor quizá trasunto del propio autor, confiesa que escribe todas las noches, de media noche al amanecer, entre diez a veinte páginas mecanografiadas, al tiempo que engulle una botella de whisky peleón y cinco cervezas, como Balzac despachaba sendas cafeteras para procurarse el insomnio en el que pudieran fecundar sus novelones. De semejante dieta no resuelvo que propicie la inspiración, a no ser que se llame uno Bukowski. Dicho dato, insisto, no puedo corroborarlo con garantías, aunque lo pregone la obra, pero opino que no hay libro que justifique semejante régimen de autoinmolación. Por mi parte tras un segundo culín de whisky dejo de dar pie con bola, y confieso que antes de concluir cualquier novela con semejante pauta me quitarían de en medio, ya fiambre por una cirrosis hepática o una perforación de estómago. Lesión, por cierto, de la que el escritor norteamericano fue víctima en su madurez, tras cuya convalecencia, presumimos que ascética, resurgió como poeta. En Bukowski parece hacerse virtud el desenfreno, lo mórbido, lo autodestructivo; pero tal es el gancho con el que pesca a sus admiradores, los fieles a ese romanticismo decadente llamado malditismo. Su lenguaje procaz y epatante es el que los selecciona. Entre los disolutos es un celebrado colega. Nunca faltan pesimistas marginales dispuestos a imitarlo.

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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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