Arde Olimpia


 Arde Olimpia. El humo cubre con un velo la Acrópolis de Atenas, pero no es la primera vez que ese lugar alto es testigo de catástrofes. Peor debió ser el paso de las huestes de Jerjes, que no dejaron en el lugar piedra sobre piedra. Peor también el día en que Morosini lanzó su bomba incendiaria sobre el polvorín que los turcos cobijaban en el Partenón. Estos venecianos no se detenían ante nada con tal de celebrar sus fastos anuales en San Marco. Pero nos privaron de la joya  más resplandeciente de la antigüedad. La vieja República, en su época, tuvo la llave del Mediterráneo oriental. Gracias a ella se le pararon los pies al turco en Lepanto, que había osado amenazar las puertas de Viena. Si ésta hubiera caído en sus garras, hubiéramos perdido a Mozart, no hubiéramos conocido el Vals. ¿ Qué hubiera sido de las porcelanas de Sissi y de la leyenda romántica centroeuropea? Bien está que los turcos retornaran allende el Bósforo, retomaran sus costumbres y sus baños, y se resignaran a las delicias de Topkappi, quedándoles siempre el remordimiento de que la vieja Istambul se llamaba Constantinopla. 

Cuando Grecia arde lo hace también parte de nosotros. Casi la mitad de lo que somos procede de ella; en realidad somos el resultado de una amalgama helenojudeocristiana, con cierta sazón islámica en nuestra España meridional. Sería una verdadera tragedia que la vieja Olimpia fuera devastada por las llamas; las ruinas que han sobrevivido a los siglos, calcinadas. Su gimnasio, su templo de Zeus, su  altar al fuego olímpico, su primitivo estadio cuyos laureles se conocieran en las odas de Píndaro, el excelso aedo. Aún recuerdo que durante mi estancia en ella me maravillaron los bosques que la rodeaban. Las frondas en que se guarecían aves y animales, y chirriaban constantes las cigarras. Olimpia fue uno de los centros de peregrinación de los helenos, junto a Delfos y Epidauro, en cuyos eventos gimnásticos se curtieron las generaciones de Grecia. Una seña de identidad que se vivía plenamente  en la celebración de cada olimpiada, imponiendo un calendario cuyo cómputo prefiguró la historia. Olimpia, corazón del Peloponeso, yugo de Grecia, si las llamas te devoran una parte del mundo perecerá, una parte de mí y de aquellas lágrimas que vertí declamando a tu poeta en aquella remota tarde de verano entre tus lares.

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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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