Wagnerismo

 


Recientemente ha salido publicado, por la editorial Seix Barral, un libro titulado Wagnerismo, de Alex Ross. El autor ejerce la crítica musical o teatral en un afamado diario o revista norteamericana. El libro es un estudio en el que se trata de reconstruir el retrato de Richard Wagner, a través de los wagnerófilos, con profundidad radiográfica.  Si vamos siguiendo el hilo, nos damos cuenta de que la influencia del autor del Anillo...fue inmensa y decisiva para la cultura occidental, alcanzando ramificaciones que jamás habríamos sospechado. Sabíamos de la admiración que su gran crítico, Baudelaire, el de las letanías a satán, le dispensaba, como bien demuestra el opúsculo que dedicó al músico; pero dicha influencia debe extenderse al resto de los simbolistas, que desde Mallarme a Villiers de Lísle-Adam bebieron de sus fuentes. Sólo parece que se mantuvo ajeno a su ascendiente Artur Rimbaud, quien demostró, tras abandonar la bohemia, que no se sabe hasta que punto estaba narcotizado por las cienagas mefíticas del arte. A Baudelaire como a Ludwig II Wagner les proporcionaba ensueños en los que desmarcarse de la realidad, tan arrebatadores como las visiones del Kif. Rimbaud supo aferrarse al pálpito de su propia aventura. Cierto que su muerte fue amarga y prematura, tan distinta a la de un Verlaine apegado a la botella y sus lascivias. 

Por mi parte llegué a la música de Wagner siendo joven, cuando aún disfrutaba con la música de The Beatles. Ganado para la clásica por Beethoven, el siguiente caladero fue Wagner. Casualmente, dí en Radio 2 con la emisión de los Festivales de Bayreuth. Por entonces, la música wagneriana me fascinó por su vigor. Me encantaba que los papeles estelares los protagonizaran barítonos y bajos poderosos. Para mí era una música varonil, al contrario que la de Mozart, en la que encontraba delicadezas que pudiera llamárselas femeninas. Pero parece ser que no, que el poderio germánico de Wagner permanecía en la ambigüedad, pues no lejos de las delicias mozartianas se parangonaban las sublimidades de Lohengrin, tan del gusto de Ludwig II. Se dice de Wagner que gustaba de arroparse con atuendos de seda rosa, y hacia la vista gorda ante los festines homoeróticos que se gestaban en su circulo. Es señalada la presunta homosexualidad de su hijo Sigfried. Aunque parece normal que en hombres de una sensibilidad extrema se dé un temperamento delicado, más propio de géminis que de aries. El caso es que toda la tribu homoerótica del arte parece que tuvo predilección por Wagner, vocero irredento de las pasiones insatisfechas. De Proust a Diaghilev, pasando por Henry James y Thomas Mann, permanecieron fieles a un Wagner magistral en cuanto músico y poeta. Aún en el Ulysses y Los Olas, de Joyce y Woolf, pueden rastrearse sus vericuetos.

¿Dónde encontraremos hoy un ejemplar cultivado que deteste la música de Wagner? Quizá lo descubramos en Bukowski: duro con el whisky, afecto a las rameras, y ducho en las peleas de callejón con los borrachos. Todo un hombre (Übermensch). Lo cierto es que sus libros nos devuelven a una realidad menos volátil. Su diferencia conmigo es que yo tuve un padre bueno.


Compartir en Google Plus

Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

  • Image
  • Image
  • Image
  • Image
  • Image

0 comentarios:

Publicar un comentario