LA MEDIA NARANJA

LA MEDIA NARANJA
No temas perder alguna cosa,
pues nada en este mundo nos pertenece...
 (Marco Aurelio)

Hoy, ya casi viejo, comparto
la templanza mental de Marco Aurelio.
De joven, ardía fácil como pólvora
y me consumía en llamas de deseo.
Tuve una pasión, por qué negarlo,
a la que ofrendé toda mi inocencia;
lo poco que tenía entregué, que lo era todo.
No exigí ninguna cosa a cambio, salvo amor.
A ella debió de parecerle exiguo el canje,
pues quien lo mendiga tal vez
de él carece, juzgando de poco valor
esa perla que por tan poco se ofrece.
Ardía, ya dije, y mi alma estaba dúctil;
no tenía más remedio que amar
y quemar mis energías en su goce.
Las primeras enseñanzas sobre el tema
las encontré por Platón, en El Banquete.
Allí leí la curiosa teoría que de Amor
nos da Aristófanes, recordándonos
que en el principio los dos sexos eran uno,
y que el capricho de los dioses dividió
en dos mitades, que desde entonces
se andan buscando, enfebrecidas y solas.

Cuando la vi creí haber encontrado 
mi parte que faltaba, esa mitad desgarrada
que día a día sangra, y que recíproca se anhela
sin saber bien por qué, ni renunciar a su deseo;
alma que es  nuestra misma alma,
y con cuyo cuerpo complementamos,
como las mitades de una naranja.
Pero por mucho que pugné por conjuntarla,
 no la conseguí... ( La Discordia obraría)
La amaba con tal deseo, que no pudo hacerse carne;
su nombre debería de estar escrito para otro
en algún anal, según la providencia,
y su alma acaso no me perteneciera,
como no nos pertenecen ni los seres ni las cosas,
pues  para los comunes mortales
estar vivo es estar de paso,
su esencia una llama efímera,
porque de aqu lo único que traemos 
y nos llevamos, cumplido el trayecto,
es olvido o son recuerdos. 

Qué no daría porque supieras...

Qué no daría porque supieras...

 Siento la gota del silencio

caer persistente en mi soledad,

desde  el grifo del tedio

donde se confunde la oscuridad;

siento la ausencia de tus besos

que recuerdan a mi corazón su orfandad,

estampas de un album de recuerdos

con encuentros que no se pueden encontrar; 

siento precipitarme en el vacío

como si me faltara el centro de gravedad

y hasta mis íntimos rincones entra el frío

del cotidiano quehacer donde no estás.

El tiempo se llevó la primavera

de la que sólo quedan hojas secas.

El mar se tragó las torrenteras

y el olvido las memorias viejas.

¡ Qué no daría porque supieras

que nada es la vida cuando te alejas,

triste la mirada que tu no vieras

y lleno el corazón de amargas quejas!

Voyeurismo

Voyeurismo

 Me gustan los bares

con amplios ventanales

frente a los que discurren

episodios tangenciales

de hombres y mujeres

en ajetreado hormigueo,

esclavos de sus tareas,

galeotes de su recreo.

Pasaría ante sus lunas

las horas muertas

aplicado al ejercicio

de desgranar cada cuenta

de su rosario mundano,

en labor acaso importuna,

de curiosear en los humanos

su variada fortuna

tanto en jóvenes como veteranos,

los detalles singulares

de su trayectoria y cuna.

Frente a mí pasa lo cotidiano,

y lo pretérito lo ensoñamos. 

La vida reparte desigual fortuna

de dones y menoscabos,

de certidumbre y dudas,

de venturas y llantos.

La muchedumbre aguarda

el cambio de color del semáforo,

agredida de publicidad falsaria,

de los saldos del comercio,

de la mano que postula

mientras vigila una cámara

el quehacer colmenero

y las bocas del metro

de cuarto en cuarto

vomitan gente al asfalto

pugnando por llegar primero.

Fugaces autos que van pasando;

alameda abajo, los jubilados;

en un parterre,  niños jugando.

Algunos paisanos pasean perros,

cruzan parejas de enamorados

y de cuando en cuando, 

los pajarillos salen volando

desde algún árbol como asustados,

y al observarlos concluyo y juzgo

que, en este largo asueto

de jubilado, ante mí se reúne,

mientras descanso el esqueleto,

El gran teatro del mundo

con sus virtudes y sus pecados,

sus alegrías y sus pesares,

en esa feria de vanidades.