VENECIANAS XXII: PALACIOS DE VENECIA

Venecia es una ciudad llena de palacios o de palazzos, ya que el italiano es susceptible de calificar de palazzo(palacio) a edificaciones de carácter más bien modesto. Los venecianos quízá conscientes de ese eufemismo denominan a muchos de ellos Ca´s, como Ca´Foscari, Ca´Pesaro, etc. Arracimados, pues, dentro del perimetro de la ciudad se congrega quizá el más abundante complejo palacial del mundo. La gran mayoría se erigen a los márgenes del Gran Canal, ese curso de agua que nos revela la asombrosa peripecia de esa ciudad sorprendente, asentada como un nenúfar de ensoñación y arte sobre el estanque de los siglos. Unos siglos que se recorren deduciéndolos de esos elementos arquitectónicos que conforman sus magníficas fachadas, a través de las cuales se puede leer la crónica de su leyenda peregrina.

Otra gran cantidad de palacios se levantan en derredor de los campi, esa pequeñas plazas que asumen tal nombre para diferenciarlas de la plaza por excelencia: la de San Marco. De entre esos palacios dispersos en la retícula de la ciudad cabe mencionar, entre los muchos,el Contarini del Bovolo, que resuelve al fondo de un estrecho callejón su arquitectura insólita, el Pisani o el Loredan, revelando en su diversidad el abundante patrimonio inmobiliario de las familias aristocráticas, ese peso específico en la maquinaria de la República que trata de revestirse con tal fasto monumental. Los Dandolo, los Gritti, los Foscari, los Loredan, los Corner, los Venier, etc..., todos ellos buscaron en esas emblemáticas construcciones el prestigioso bastión que diera lustre y fama a sus respectivas estirpes, emulándose entre ellos en la disputa de sobre quién reportaría mayores oropeles sociales, mayor representatividad edilicia, si los Grimani o los Loredan, los Foscari o los Cornaro, en una prolongada pugna por coronar blasones y estandartes de la República.

Por todos es sabido, que tales aspiraciones hallaron su marco idóneo a lo largo del curso del Gran Canal, esa asombrosa galería que nos deja ver la compleja fisonomía que quiso propagar la Serenísima, con sus aciertos y contradicciones. Todo el apogeo secular de Venecia se muestra en ese bulevard extraordinario que es el Canal, allí donde Venecia pretende alcanzar el cielo, pero se circunscriben las barreras de sus limitaciones. Ver los palacios de Venecia al filo de ese espejo indeciso del agua, es penetrar en la esencialidad misma de la ciudad, desvelar ese secreto que la volvió dominadora, idólo simbólico de pies de barro.

Seguir la pista de sus palacios es sumergirse en las confidencias de la historia, un itinerario secular que nos relata las vicisitudes de la vieja dama marinera haciendo frente a los escollos y a las épocas. Por la brillantez de los palacios en las distintas etapas se nos revela su auge y decadencia a través de la milenaria singladura. Por un lado irradian los dorados de oriente, la policromía musiva de la corte de Ravena, la conjetura de ese gótico esplendente, legado por Ca´d´Oro, que nos hace vislumbrar la gran época fugitiva; por otro lado el reencuentro con los marmoles renacientes, el revivir del equilibrio clásico, rescatado de la vieja Roma por Sansovino, y en última instancia la exhuberancia barroca, que daba a Venecia el apoteosis de un impulso que llevaba improntado su finiquito. Hay que saber encontrar en su retórica ese tuetano agazapado que rezuma toda su verdad.

Los palacios de Venecia se identifican también por sus asombrosos inquilinos, permanentes o esporádicos. Realzando el nombre de las viejas familias patricias se agrega el de ese personaje ilustre que vino a revalorizarlo. Cobró fama el Mocenigo por Byron, testigo de su conquistas escabrosas y guarida de marfil para el poeta que va al reencuentro con su soledad; las estancias del Gritti dieron cobijo a Ruskin, donde seguramente puliría su borrador de sus Piedras de Venecia; en el Barbaro declamó Browning, acaso bajo una transparente noche estrellada, y allí mismo Henry James compuso y recompuso sus papeles de Aspern o los episodios finales de Las alas de la paloma; siendo en el Giustinian donde recaló Proust y redobló sus pesquisas sobre su desaparecida Albertine. En el Vendramín murió Wagner. Los palacio de Venecia, testigos de un deslumbrante pretérito, conservan, pese al irrefrenable devenir, el latir fugitivo de lo eterno en cada momento, cuando el bruñido del sol despierta ese renacer permanente de sus viejas piedras, y a través de sus genuinos ventanales nos desvelan ese presentido arcano de su más íntima identidad.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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