FE Y ATEÍSMO EN NUESTROS DÍAS

La Fe es la creencia viva de que en el mundo existe una transcendencia. Que la creación tiene un principio, y el devenir, un propósito, el cual nos conduce hacia una finalidad preestablecida. La Fe fue el argumento que fundamentó la vida de nuestros antepasados, aportando a sus incógnitas un significado.
La dureza de la existencia tuvo su consolación en esos frutos del Espíritu, mediante los cuales Dios no olvidaba al hombre. Porque el hombre, desbordado en el precipicio del pecado, solo pudo encontrar en la misericordia de un Salvador su redención y la promesa de vencer las cadenas de la angustia y de la muerte. Durante siglos el sacrificio en la cruz de nuestro señor Jesucristo libró al hombre de la desolación y la desesperanza. El que venció a la muerte cumplía la promesa de regalar a la humanidad la delicia de esos verdes pastos en los que sus ovejas recuperarían el paraíso, ese edén perdido, prometido en el salmo XXIII. La palabra del evangelio llenó de conocimiento la savia de esos siglos en los que la historia se abría paso en el caminar de los tiempos.
Dejando atrás la disolución del viejo imperio, la nueva fe fue convirtiendo a esos pueblos bárbaros que expoliaban el orbe, hasta que una vez cumplida la tarea se dispuso a crear ese nuevo orden de concordia, expresado en esa nueva casa de Dios: la catedral. Venciendo pasados temores se establecía esa  nueva ciudad de Dios, en la que el hombre, perplejo ante la vastedad del cosmos, se sentía recogido y justificado. Aceptando al Salvador, el hombre podía reconciliarse con la promesa que Éste ofreció al buen ladrón: "te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso". Este reinado del cristianismo en la tierra, durante siglos indiscutible, perduró hasta que las cabezas coronadas, monarcas absolutos, en los que por la gracia de Dios recaía la soberanía, perdieron su infalibilidad y sus testas rodaron cercenadas en la guillotina por la ambición de nuevas clases sociales emergentes, sedientas de poder. Entonces fue cuando se puso en duda todo lo establecido.
En su preludio, en plena ilustración, el pensamiento de Europa, por medio del prusiano Inmanuel Kant, ya puso en duda la capacidad del hombre para verificar el orden de la transcendencia. Este fue el principio, pues desde ahí la audacia del pensamiento se fue desarrollando con conjeturas cada vez más osadas. Con Schopenhauer, seguidor de Kant, Dios fue desbancado por la fuerza impersonal de la voluntad. Principio desaforado que explicaba la incongruencia del cosmos. Y por este camino, filósofo tras filósofo, desde el materialismo marxista al neopaganismo de Nietszche, Dios fue cediendo su lugar a toda clase de ídolos patéticos. En nuestra sociedad de hoy, laicizada, pasa por decoroso alardear de ateísmo, pero no concibo nada más triste que asistir a un funeral en el que la palabra de Dios sea suplantada por un incoloro panegírico sobre el difunto.
Compartir en Google Plus

Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

  • Image
  • Image
  • Image
  • Image
  • Image

0 comentarios:

Publicar un comentario