Yo creo...

Yo creo...

 Yo creo que no está todo perdido,

que los deseos se encuentran

en el vuelo más íntimo de las almas,

pese a lo que los hechos encubran

y las palabras no digan.

Yo te busqué con la desesperación

de a quien quieren arrebatarle la esperanza,

con el alma en vilo, sin comprender

 nuestro disentimiento, fatigados los pies 

transitados de caminos errados,

ignorando qué encontraría

al adentrarme en inciertos parajes,

a los que me encaminaba

la osadía del infeliz y del hambriento.

Había leído a demasiados poetas

y creía que el amor era el mayor fundamento.

Aunque no sabía si la perla buscada

existiría tras el inerte silencio,

en la profundidad tácita del piélago.

Pero de repente el oboe

trasmitió por mis fluidos

el prodigio de la música,

que entre sus notas consumaba

el milagro del amor;

me reveló que tú también

me buscabas por las frecuencias

inexploradas del anhelo, que conocías

el suplicio de mi alma desgarrada

y que traías el dulce ungüento

con que sanar la llaga

y el impulso para quitar

la venda de mi ceguera.