La luz despierta el alma del mar,
la llena de ensueños, de promesas,
de melancolía, de olas que se alzan
y sucumben en espumas
espontáneas con coralino bullir .
Por fin, avanzando la mañana,
el sol derrama todo el esplendor
sobre la inquieta extensión de plata,
con el nervio marino reconociendo
la frescura de la brisa, agitando
espumas que luchan contra las rocas
como adversos elementos
que buscan la reunión tras la discordia.
Materias encontradas
como cuerpos entregados
que aguardan los frutos amorosos
con frenesí de besos blancos,
de abrazos azulados, remolinos
que estrechan el cuerpo de su confín.
Ya los rayos lamen la piedra húmeda
de la escollera, su brazo prominente
penetra el seno de agua
y apunta a las nubes preñadas
de levante, mientras en sus relieves,
pacientes, vigilan los cormoranes.
Olas de incesante galopar
se mezclan en tonos de acuarela
revelando el secreto de marino azul,
su impenetrable profundidad de abismo,
moradas de silencio donde el tiempo
deshilacha sus segmentos
en el vértigo eterno de su densidad.
Caricia de mar, de sol temprano
cuando aún el día no enseña su calado
y la mirada se colma de celajes
y brillos, de indecisas lejanías
donde la lluvia se anuncia
y el viento impulsa las ráfagas
y el sol irradia la ternura del efebo.
Playa de otoñal melancolía
(sólo de alguna presencia solitaria),
de arenas blandas, que en rachas
el aire barre. Canción arcaica
De sonido originario, extensión
convulsa de materia, rumorosas olas,
silbar del céfiro, crujir de rocas
que el astro abrasa. Mañana blanca,
humedecida aún por lluvia que escampa;
la lontananza de mar inmenso
circundado de montañas; inabarcable cielo
que aún recuerda de la noche los luceros.
Color y geometría. Superlativos planos
donde los elementos se conjugan.
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