EL CATOLICISMO COMO IDEOLOGIA EN ESPAÑA

Desde que Recaredo al ceñir la corona del reino hispano asumió el catolicismo como religión estatal, renunciando al arriamismo, aquél pasó a significar un factor político determinante a través de los siglos en la península. Este relevo fue recogido por Pelayo tras la rebelión del Reino Astur en Covadonga, y sus directrices marcaron el posterior desarrollo histórico. Si bien tras la invasión árabe en algún momento se alcanzó cierta connivencia en las tres religiones del Libro que conformaban la población peninsular, pues a la cristiana y la árabe habría que añadir un importante contingente de población judía, esto no fue lo común y la voluntad que prevaleció fue la de imponer un celo exclusivista, una voluntad de cruzada. Porque el credo religioso se había convertido en ideología.

Esta voluntad actuó de aglutinante entre los distintos reinos frente al islam durante la reconquista, y su credo sirvió de consigna y motor de una lucha que de este modo adquiría un carácter sagrado además de político. El descubrimiento de la tumba del apóstol Santiago, como bien apuntan muchos historiadores, sirvió de revulsivo para dinamizar la lucha, que desde entonces se creyó bendecida por el simbolo de la cruz y el impulso propagador del apóstol. Estos fueron los cimientos que sirvieron de base a una aspiración, a una idea: España. Una idea que estaba muy lejos de la configuración real peninsular, conformada por una realidad heterogénea, de discrepancia y mestizaje. Los términos de unificación y de exclusividad religiosa se hicieron pues consustanciales, obedeciendo claramente a un proyecto de predominio de los reinos cristianos.

La realización de este objetivo no se vió concluida hasta la entrega de las llaves de Granada a los reyes católicos, cuando el último foco del islam se vio doblegado y sus subditos obligados a plegarse a las condiciones de sus conquistadores, entre las que se encontraba el renunciar a sus creencias y abrazar la nueva religión imperante. Este hecho fue parejo a la expulsión de los judíos, como un factor determinante de cuál era la voluntad regia de suprimir cualquier foco de desunión que pusiera en peligro una politica tan duramente conseguida. Con los reyes católicos España, nacida de la unión entre los reinos de Castilla y Aragón, adquiere el perfil de su modernidad y conserva ese legado de su credo como fuerza motora, que se propagará, tras el descubrimiento de el nuevo continiente, más allá de sus fronteras.

El heredero de esta política, qué duda cabe, fue su nieto Carlos V. En éste prevaleció esa adhesión a la fe católica como soporte ideológico, que mantuvo a pesar de las corrientes de su tiempo. Entre él y Lutero puede decirse que crearon el actual cisma de la iglesia. Aunque la posición de Carlos en este sentido nos parece un tanto ambigua. Entre sus protegidos en Flandes se hallaba Erasmo de Roterdam, cuyos escritos prepararon el camino a la Reforma. Cabe decir que Carlos era casi un erasmista y su posición ambivalente no estuvo clara hasta después del saco de Roma, donde no puso trabas al saqueo practicado por los lansquenetes luteranos alemanes. En Worms, sin embargo, se decanta su postura y se convierte en paladín de la vieja fe, cerrando sus ojos a lo que la modernidad reclamaba en materia religiosa, para poner coto a la corrupción imperante en la iglesia. Esta elección de Carlos fue decisiva para España y condicionó toda la política ulterior.

Felipe II fue el encargado de llevar el legado paterno hasta sus últimas consecuencias. Entre los hechos de su reinado destacan la guerra de los moriscos en las Alpujarras, minoria que a la postre corrió la misma suerte que los judios;la represión también de los focos luteranos de Valladolid y Sevilla,y el conflicto con los calvinistas en Flandes, además de elocuentes ejemplos de sus maniobras políticas en la que trató de restablecer el credo católico en paises herejes como Inglaterra u Holanda. Porque con Felipe se llega al culmen de ese impulso ideológico que nació en los montes de Covadonga y se consolida la propagación de su credo hasta los confines de la tierra; con él nación y fe alcanzarán la máxima expresión de su simbiosis. Aunque lo que más reclama y perturba nuestra atención, es que gobiernos tan desdibujados como el de sus sucesores, Felipe IV o Carlos II, persistieran y empecinaran en esta convición intolerante y exclusivista, y mantuvienran tales premisas como óbices incluso en aquellos tratados de paz que hubieran aportado grandes beneficios a una España aislada y depauperada, y donde la libertad de credo hubiera abierto, en cualquier caso, interesantes perspectivas.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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