HABLEMOS DE SIENA

Siempre he sido recibido en Siena por un arrebato de campanas que matizan mi llegada casi como un júbilo de bienvenida. Esta ciudad que, como Venecia, se halla casi exenta de trafico rodado, conserva esa incontaminada acústica en la que se puede percibir la serenidad del silencio, la autenticidad de una desusada sonoridad cotidiana que nos transporta a la realidad de unos siglos pretéritos, donde la urbe parece retener el aspecto de su época más gloriosa . Como Venecia, es una ciudad que encuentro, y que seguramente fue edificada, a la medida del hombre, en donde éste puede mirarse en su espejo y en donde en cada uno de sus rincones puede reconocer un mensaje esclarecedor y enriquecedor para su alma.

La plaza del Campo, verdadero corazón de Siena, parece expectante en cada momento de esas dos fechas señaladas en que tiene efecto la carrera del Palio. En tan incomparable marco, si no se ve, se sueña ese momento. Se respira su ambiente colorista y multitudinario, y parece, en ese ejercicio imaginativo, atisbarse el centelleo policromo del uniforme de los jinetes precipitarse fugaces sobre caballos de ilusión. Entre el clamor del público enfervorizado, bulle la ciudad en fiesta, espejo de ese último medievo italiano que se reviste de fantasía y color, y que refleja en sus estandartes, en el brío de sus banderolas haciendo piruetas en el aire, el pulso acelerado de su vitalidad. Descubrir Siena es entreabrir las venas de nuestro sentimiento y dejar penetrar en su flujo la más acendrada savia italiana. La panorámica de Siena nos hace renovar esa realidad extraordinaria e irrepetible de lo que fue, de esos tiempos en los que Italia renaciéndose a sí misma reverdeció la herencia romana. En la loba de su bandera queda patente esta irrenunciable vocación.

Entre los muchos duomos de los que pueden enorgullecerse las ciudades de Italia, el de Siena ocupa un puesto singular. El contraste del verde y el blanco le dan a su fábrica un vistoso cromatismo, y su campanile, junto a la torre Mangia, marcan el techo de la ciudad. Comtemplar su arquitectura majestuosa presidiendo ese aglomerado de viviendas medievales que se arraciman como polluelos en torno a su madre es una de esas vistas que, de las muchas de Italia, encuentran ese camino sentimental del corazón. Bajo su cúpula se guardan muchas de los estupendos tesoros que conserva la ciudad: el mismo pavimento que la recubre, los hermosos púlpitos de los Pisano, y ese memorable sacristía edificada por Pío III para guardar la valiosa biblioteca de su memorable pariente Eneas Silvio Piccolomini, y que se reviste con esos magnificos frescos del Pinturrichio, asistido por esa mano siempre sugerente de Rafael. No es raro que Wagner creyese reconocer en tan incomparable catedral su Monsalvat.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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