VENECIANAS XXXI : PER SAN POLO Y SANTA CROCE

Conforme el viajero deja atrás el puente de Rialto comienza a descubrir la Venecia más ignota, alejada de esos trillados itenerarios por donde deambula el turismo masificado. Pues existen dos formas de aproximarse a la ciudad: una es la de ese turismo indiscriminado que manejan los tours operadores, cuya visita es flor de un día y en cuyos desplazamientos no rebasarán casi nunca la barrera del Gran Canal; la otra es la del vieajero que permanece en la ciudad hasta obtener de ella indicios válidos de en que consiste su vitalidad lisonjera, el secreto encanto que rezuman cada una de sus piedras. Porque a la horma de ese turista desubicado e indolente raramente se la tropezará por los senderos poco frecuentados de San Polo. Pues para decidir adentrarse en esa área inusual es necesario un motivo de peso, y éste sólo nos lo proporcionaran dos de las joyas más esplendorosas que se puenden encontrar en Venecia. Una es una iglesia extraordinaria, de nombre tan resonante como los muchos tesoros que esconde bajo su fábrica gótica de ladrillo. En grandiosidad es comparable a San Giovanni e Paolo, y quizá, en definitiva, ocupe un lugar preferente tras la basílica de San Marco.

Visitar la importante parroquia franciscana de Santa Maria Gloriosa dei Frari, más que recomendable, resulta imprescindible para quien desea conocer a fondo Venecia. Su vasta nave acoge un patrimonio inigualable. Baste admirar su altar, donde se levanta la pala ticianiesca de Santa Maria Asumpta, en ese milagro aéreo que trata de remontarnos en un impulso dinámico hasta el ámbito célico del Padre, que nos observa amoroso. Ninguna otra obra como ésta puede permanecer, por otra parte, mejor custodiada, pues a sus flancos se descubren los retablos inestimables de ese pintor modesto, Bartolomeo Vivarini, pero cuyo arte llena luminosidad la capilla Corner y la capilla Bernardo. Cuando nos apartamos del altar y las capillas, permaneciendo todavía la emoción en nuestro pecho, nos sorprende gratamente el magnífico coro, cuya factura no alcance quizá la aparatosidad de los coros españoles, pero es un ejemplo a tener en cuenta, pues participa de esa mesura italiana tan digna de encomiar.

 Una vez transpuesto el ámbito del coro, conforme avanzamos, y bajo la crucería gótica de sus naves, se levantan dos munumentos que sin duda impactarán  de forma admirable en el visitante: en el uno se conmemora al gran Tiziano, en una fastuosa arquitectura, nacida de sus discípulos y en la que se quiere honrar la excelencia del maestro; en la otra, bajo la alégorica sencillez de la pirámide como milenario elemento sepulcral, se nos recuerda al muy estimable escultor neoclásico Canova, que revitalizó el inimitable arte italiano tras Miguel Ángel y Bernini. Y es que a Santa Maria Gloriosa la honran cientos de pequeñas obras incomparables, como, por ejemplo, el retablo de Bellini en la sacristía, el incomparble altar de las reliquias de Francesco Penso, el monumento al dux Nicolò Tron o el insólito monumento ecuestre de Paolo Savelli en el crucero, junto a tantas preciosímas obras tan difílices de enumerar.

Una vez abandonamos la iglesia, en el campo que la circunda destaca majestuoso su campanile, uno de los más altos de Venecia. No nos queda más que ceñirnos a su muro y seguir hacia adelante, pues nada más rebasar su curva, cuyo perimetro trazan las fachadas vetustas de distintas escuelas, nos deslumbrará la elegante arquitectura de la Scuola de San Rocco, junto a la pequeña iglesia homónima que, para el que decida visitarla, deparará agradables sorpresas y nos convencerá de que en cualquier rincón de la ciudad puede uno tropezar con cosas tan inesperadas como valiosas. De la Scuola de San Rocco ya se sabe, se la considera la capilla Sixtina del Tintoretto; constituye uno de esos lugares de culto de Venecia, cuya visita es irrenunciable. La magia de sus salas hace concebir al visitante mientras las contempla que el reloj del tiempo derrama polvo de oro por su estrecho cuello en lugar de superflua arena.
Si continuamos más allá de la Scuola, presintiendo el cauce del río que la limita y el no muy lejano Gran Canal, penetraremos en el barrio contigüo de Santa Croce. Este es uno de los barrios más desconocidos de Venecia; en verdad, porque pocos son los focos de interés que concita. Por lo que he podido descubir durante mi merodeo ocioso por las zonas más inhóspitas, gran parte de barrio es de construción más bien reciente; denota que se han derribado extensas parcelas en él y erigido en su lugar nuevas constucciones que distan mucho de emular ese encantador estilo veneciano. Por lo general, lo que mejor conocemos de Santa Croce son los numerosos hoteles que asoman al Gran Canal frente al puente de los Scalzi y que animan esa frecuentada fondamenta que se extiende bajo la sombra majestuosa de San Simeone Pícolo, ese remake del Panteón romano  que preside la continua afluencia de viajeros que acuden a Venecia por vía terrestre, la cual continúa siendo la menos recomendable.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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