Patria

Patria

 Sobre la turbulencia de un río,

en el viejo puente de piedra,

supe que  esas aguas llevaban,

sin preguntar hasta cuándo,

la memoria de la patria.

No hay duda que ahí naciste,

que entre su fronda floreció tu simiente,

en esa tierra donde la naturaleza reina,

donde funden cielo, mar y cordillera,

donde ruge el viento y la tormenta arrecia,

entre muñones de niebla que surge

desde los acantilados basálticos

entretejida de sueños y posibilidades,

denso fragor de entrañas que humean

en su oscuro vientre de minerales,

y en cuyos bosques las leyendas fraguan,

aguardando al nuevo sol, limpia mañana,

 que bruñe las aspas de su heráldica.

El Cuartel


 Aún permanecen sus viejos muros,

restaurados por la pintura reciente;

ya no se aprecian las humedades,

las grietas, el deterioro, su sombra vetusta,

digna de una mansión de Nosferatu.

Les han arrebatado su memoria

y pretenden parecer actuales

sus naves sobrias y centenarias, 

las ojivas de sus ventanales

que observaron el quehacer

del hospital y del convento,

del rebullir y celo de la tropa 

en las compañías del regimiento

en que se acabó convirtiendo.

En sus espacios intermedios

aún resuena la voz del teniente

o el sargento ordenando ¡firmes!,

¡saluden!, ¡ alto o de frente!;

puede imaginarse casi con detalle

la revista de policía de cada tarde,

con su relucir de botas impecables,

para gozar del paseo correspondiente.

Hoy, amigos, otros sonidos se escuchan 

en el contorno: trinos de pájaros,

rumores de fuentes, los estudiantes 

que descansan en algún banco 

o haraganean en el césped. Porque 

lo que fue marcial explanada de desfiles, 

ahora es jardín placentero, civil espacio

de recreo, campus, cualquier cosa

que no recuerde su uso pretérito;

 pero era ahí, entre esos parterres,

donde se efectuaba la instrucción

o las tablas de gimnasia; ahí donde

el sargento me agredió por desacompasar

 el paso; donde ensayaba la banda

de cornetas y tambores, y la tropa

desfilaba una vez por semana,

se adiestraba en el combate cuerpo a cuerpo

o se practicaba deporte en horas de asueto.

Hay algunas nuevas construcciones

 donde se ubicaba la pista americana,

no queda rastro de sus murallas y garitas; 

los edificios auxiliares, que daban

a los mandos cobijo, subsisten reformados

y sus inquilinos ya son jubilados o difuntos.

Si te acercas al vestíbulo de la entrada,

donde otrora desplegara la guardia

y con indumentaria de gala

se recibía al coronel y al "pájaro", 

aún parecen resonar las voces viriles,

el ajetreo de soldados, el traqueteo de fusiles,

esa detonación en la madrugada

de una bala olvidada en la recámara,

el sonido de trompeta emitiendo

los toques ordinarios de reglamento:

Diana, llamada, fajina, retreta, silencio.

También se recuerdan las horas

 interminables en el cuerpo de guardia, 

sujetos a la disciplina de su ineludible servicio,

atenuando el tedioso sacrificio

el juego de naipes, la lectura de un libro,

la noches sin sueño o soñando el permiso,

el miedo a dormirse en la centinela

o los pasos contados, fusil al hombro,

lluvia, tedio, noche y nervio,

yendo y viniendo a la garita,

envuelto en mullido abrigo,

barruntando que te sorprendiera el "rojo"

o lo que era peor, un oficial receloso.

Puedo aun reconocer las compañías

a izquierda y derecha, perpendiculares

a las alas del largo pasillo, como un cenobio

de literas potreadas, donde no se premiaba

la virtud y el recato, sino vicio y exceso;

la hilera de taquillas numeradas,

ordenadas con provisional negligencia,

 y al fondo los retretes, en los que

cada mañana, a las siete, los espejos

reflejaban tu cara de petimetre,

desvestido y tras haber pasado el recuento,

y donde se evacuaba el rancho jodido

de legumbres y pescado insípido

o los más osados liaban un canuto clandestino.

No quedará nada, me pregunto,

de aquella agitación colmenera, 

¿ni siquiera la memoria celebrada

de los mártires que la honraron

inmolados en Marruecos o Cuba,

o sus remotas glorias en Flandes 

y  sus éxitos en la lombarda llanura,

recordados por los mandos

en ciertos momentos a boca llena

menospreciando sacrificios y penas?

Nosotros, los que fuimos abejitas

de ese panal febril y laborioso

del sufrido cuerpo de infantería

y padecimos su rigor y sus fatigas,

el escarnio y las bravatas, 

escuchando circunspectos

el ardor de su himno austero,

pensamos si fue vano aquel esfuerzo

que no merezca del edificio la cortesía

de que se recuerde nuestro breve paso 

forzoso por ese valle de abrazos

 y lamentos, cuya travesía, acaso,

no conocerá otra memoria que estos versos.



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PARADOJAS

PARADOJAS

hoy todas las sombras son pardas

la partida se juega con cartas marcadas

el reloj augura alguna desgracia

el camino que eliges no tiene salida

algunas palabras quedan sin nombrarlas

hay un regusto que amarga en la boca

se siente un vacío en el fondo del alma

y vuelve esa pregunta corriente que escruta

cruzando miradas que no dicen nada

vendrá la mañana sin más importancia

el cántaro suena pero no lleva agua

una lágrima fría consuela la pena

en el jardín umbroso ya no brotan plantas

entre tantas mentiras una cosa es cierta

después de tanto revuelo de insectos

durante el bochorno en la siesta

más de un moscón habrá muerto

resuena la hamaca que el tedio acompasa

son muchos  los pasos pero la vida retrasa

quisiera salir de un sitio carente de puerta

bajar esa escalera que a ninguna parte lleva

comprender que no hay camino sino laberinto

el fuego arde sin quemar  la leña

la lluvia persiste pero  no empapa la tierra

la espera se prolonga sin más esperanza

para el ciudadano la suerte esta echada

la ventanilla no abre ¡ Vuelva usted mañana!


Estoy en Asturias


 Estoy en Asturias.

Por las húmedas calles 

de Oviedo no cesa de caer

orbayu.  Campanas y silencios,

paseos, recuerdos

del pasado siglo, comer

suculento, cafés con leche

para combatir el fresco,

paraguas abiertos,

se escucha Proud Mary

en muchos lugares

de encuentro. Qué pasar

placentero tan distinto

al adverso de otro tiempo.