Por qué me hablas de ella.
Tú mismo dices que está lejos...
No comprendes que entre los dos
hay más de una distancia.
¿ No sabes que tus palabras
reavivan algún pálpito viejo
que se resiste a reverdecer,
destapando la venda que devuelve luz al ciego?
Cuando la nombras, renuevas mi celo,
despiertas en el corazón
el recuerdo de sus gracias.
Hoy nos separa el tiempo,
la distancia, congojas
desde que sus ojos miraron
con su fulgor veraniego
mi escepticismo otoñal.
¿ No sabes que cuando la nombras
me haces mal,
que la haces más mía, invitando
a mi alma a anhelar sus primores?
No. No la debo querer demasiado
cuando soporto los días con su ausencia,
las semanas vacías de su mirada tierna,
la hartura de los años sin concebirla a mi lado.
Pero sí la nombras es porque no ocultas
que ella guarda cierto afán hacia mí,
que en su pecho aún anida un deseo hospitalario,
que la separación quizá se acorte
hasta que alcance su oído
el trémulo y grave timbre de mi voz.
¿ No sabes que con tus palabras
alientas la esperanza
de que a su corazón no lo ha colmado
ningún otro corazón?
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