Yo hice daño a mi alma
con abrazos impuros;
desdeñoso del desdén,
me ofrecí dolosamente.
Entibiaba con besos mercenarios
las frías cenizas
de mi corazón naufragado,
sujeto a una tabla sin sostén
que pronto anegarían las profundidades:
sueños aciagos,
abstractos terrores,
tormentos de condenación,
y la mirada de un ojo
que todo lo ve.
Rumiaba con rigor
prolongado lo jugos fecales
que estreñían mi cerebro,
hasta que lavé las neuronas
en laxante crisol.
El goce que se hace mierda
sólo lo depura el ayuno cabal.
Hay un peso que te aplasta
y que recarga tu espalda
hasta baldar la esperanza,
¡arrójalo! Aprende de nuevo a caminar.
Mi espíritu está alerta,
presta la alabanza,
la casa saneada;
no admito invitados
sin carta de presentación.
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