Patria

Patria

 Sobre la turbulencia de un río,

en el viejo puente de piedra,

supe que  esas aguas llevaban,

sin preguntar hasta cuándo,

la memoria de la patria.

No hay duda que ahí naciste,

que entre su fronda creció tu simiente,

en esa tierra donde la naturaleza reina,

donde funden cielo, mar y montaña,

donde ruge el viento y la tormenta brama,

entre muñones de niebla que surge

desde los acantilados basálticos

entretejida de sueños y posibilidades,

denso fragor de entrañas que humean

en su oscuro vientre de minerales,

y en cuyos bosques las leyendas fraguan,

aguardando al nuevo sol, limpia mañana,

 que bruñe las aspas de su heráldica.

El Cuartel


 Aún permanecen sus viejos muros,

restaurados por la pintura reciente;

ya no se aprecian las humedades,

las grietas, el deterioro, su sombra vetusta,

digna de una mansión de Nosferatu.

Les han arrebatado su memoria

y pretenden parecer actuales

sus naves sobrias y centenarias, 

las ojivas de sus ventanales

que observaron el quehacer

del hospital y del convento,

del rebullir y celo de la tropa 

en las compañías del regimiento

en que se acabó convirtiendo.

En sus espacios intermedios

aún resuena la voz del teniente

o el sargento ordenando ¡firmes!,

¡saluden!, ¡ alto o de frente!;

puede imaginarse casi con detalle

la revista de policía de cada tarde,

con su relucir de botas impecables,

para gozar del paseo conveniente.

Hoy, amigos, otros sonidos se escuchan 

en el contorno: trinos de pájaros,

rumores de fuentes, los estudiantes 

que descansan en algún banco 

o haraganean en el césped. Porque 

lo que fue marcial explanada de desfiles, 

ahora es jardín placentero, civil espacio

de recreo, campus, cualquier cosa

que no recuerde su uso pretérito;

 pero era ahí, entre esos parterres,

donde se efectuaba la instrucción

o las tablas de gimnasia; ahí donde

el sargento me agredió por no marcar

bien el paso; donde ensayaba la banda

de cornetas y tambores, y la tropa

desfilaba una vez por semana

o se practicaba deporte en horas de asueto.

Hay algunas nuevas construcciones

 donde se ubicaba la pista americana,

no queda rastro de sus murallas y garitas; 

los edificios auxiliares, que daban guarida

a los mandos, habrán sido derruidos

y sus inquilinos ya son jubilados o difuntos.

Si te acercas al vestíbulo de la entrada,

donde otrora desplegara la guardia

y con indumentaria de gala

se recibía al coronel y al "pájaro", 

aún parecen resonar las voces viriles,

el ajetreo de soldados, el traqueteo de fusiles,

esa detonación en la madrugada

de una bala que quedó en la recámara,

el sonido de trompeta emitiendo

los toques ordinarios de reglamento:

Diana, llamada, fajina, retreta, silencio.

También se recuerdan las horas

 interminables en el cuerpo de guardia, 

el juego de naipes, la lectura de un libro,

la noches sin sueño o soñando el permiso,

el miedo a dormirse en la hora de servicio

o los pasos contados, fusil al hombro,

lluvia, tedio, noche y nervio,

yendo y viniendo a la garita,

barruntando que te sorprendiera el "rojo"

o lo que era peor, un oficial receloso.

Puedo aun reconocer las compañías

a izquierda y derecha, perpendiculares

a las alas del largo pasillo, como un cenobio

de literas potreadas, donde no se premiaba

la virtud y el recato, sino vicio y exceso;

la hilera de taquillas numeradas,

ordenadas con provisional negligencia,

 y al fondo los retretes, en los que

cada mañana, a las siete, los espejos

reflejaban tu cara de petimetre,

desvestido y tras haber pasado el recuento,

y donde se evacuaba el rancho jodido

de legumbres y pescado insípido

o los más osados liaban un canuto clandestino.

No quedará nada, me pregunto,

de aquella agitación colmenera, 

¿ni siquiera la memoria celebrada

de los mártires que la honraron

inmolados en Marruecos o Cuba,

o sus remotas glorias en Flandes 

y  sus éxitos en la lombarda llanura,

recordados por los mandos

en ciertos momentos a boca llena

menospreciando sacrificios y penas?

Nosotros, los que fuimos abejitas

de ese panal febril y laborioso

del sufrido cuerpo de infantería

y padecimos su rigor y sus fatigas,

el escarnio y las bravatas, 

escuchando circunspectos

el ardor de su himno austero,

pensamos si fue vano aquel esfuerzo

que no merezca del edificio la cortesía

de que se recuerde nuestro breve paso 

forzoso por ese valle de abrazos

 y lamentos, cuya travesía, acaso,

no conocerá otra memoria que estos versos.



.




PARADOJAS

PARADOJAS

hoy todas las sombras son pardas

la partida se juega con cartas marcadas

el reloj augura alguna desgracia

el camino que eliges no tiene salida

algunas palabras quedan sin nombrarlas

hay un regusto que amarga en la boca

se siente un vacío en el fondo del alma

y vuelve esa pregunta corriente que escruta

cruzando miradas que no dicen nada

vendrá la mañana sin más importancia

el cántaro suena pero no lleva agua

una lágrima fría consuela la pena

en el jardín umbroso ya no brotan plantas

entre tantas mentiras una cosa es cierta

después de tanto revuelo de insectos

durante el bochorno de la siesta

 algún moscón habrá muerto

resuena la hamaca que el tedio acompasa

son muchos  los pasos pero la vida retrasa

quisiera salir de un sitio carente de puerta

bajar esa escalera que a ninguna parte lleva

comprender que no hay camino sino laberinto

el fuego arde sin quemar  la leña

la lluvia persiste pero  no empapa

la espera se prolonga sin más esperanza

para el ciudadano la suerte esta echada

la ventanilla no abre ¡ Vuelva usted mañana!


Estoy en Asturias


 Estoy en Asturias.

Por las húmedas calles 

de Oviedo no cesa de caer

orbayu.  Campanas y silencios,

paseos, recuerdos

del pasado siglo, comer

suculento, cafés con leche

para combatir el fresco,

paraguas abiertos,

se escucha Proud Mary

en muchos lugares

de encuentro. Qué pasar

placentero tan distinto

al adverso de otro tiempo.


Herida

Herida

he sentido ese mal sangrar 

entre mis manos, dejando

una mancha que ningún agua

consigue lavar; cuyo flujo

quema como fuego

que no mitiga ni tiempo

ni olvido. Superfluos

son los esfuerzos por 

sepultar su recuerdo,

ni siquiera la nueva vivencia

consigue velar su memoria.

La espina de su dolor

permanece como herida

reciente, vestigio de esa rosa

que pretendimos arrancar.

Semilla de maldad

Semilla de maldad

 Cuando niño cada cosa era nueva

y picaba la curiosidad.

Nuevo el misterio de ese sol 

que cada mañana levantaba;

el juego de luz y forma de la luna,

misteriosa en su elemental perfección;

la noche que ensombrecía el mundo

ante nuestros ojos, silenciosa, opaca.

Tan inquietante como ese otro misterio

que recelábamos e imaginábamos

al borde del tiempo: la muerte,

ese inquilino de nuestra vida

que nos acompaña desde el nacer.

 Dura experiencia que contemplamos

cuando una mañana ese rapaz ariscado

(cuál no serían sus tormentos

que justificaran tal vileza)

daba muerte a los gatitos, 

paridos ha pocos días,

sellándoles la boca con puñados

de tierra, cruel como un sepulturero

que cumple una tétrica función,

olvidados los designios de Dios,

estériles sus afectos de compasión.

¿Qué semilla de maldad

había fermentado en su alma

para hacer padecer en los otros

la injusticia que su corazón corrompió?

Rutina

Rutina

 hay días en que se llena de caos la vida,

en que la esperanza se diluye desvaída,

en que el espacio describe inconexas geometrías,

donde la duda esparce semillas vacías

sobre una mente enjaulada en la rutina,

en tanto del corazón brota, exangüe, una apatía

que va carcomiendo el pulso, el propósito, los días...

LA MEDIA NARANJA

LA MEDIA NARANJA
No temas perder alguna cosa,
pues nada en este mundo nos pertenece...
 (Marco Aurelio)

Hoy, ya casi viejo, comparto
la templanza mental de Marco Aurelio.
De joven, ardía fácil como pólvora
y me consumía en llamas de deseo.
Tuve una pasión, por qué negarlo,
a la que ofrendé toda mi inocencia;
lo poco que tenía entregué, que lo era todo.
No exigí ninguna cosa a cambio, salvo amor.
A ella debió de parecerle exiguo el canje,
pues quien lo mendiga tal vez
de él carece, juzgando de poco valor
esa perla que por tan poco se ofrece.
Ardía, ya dije, y mi alma estaba dúctil;
no tenía más remedio que amar
y quemar mis energías en su goce.
Las primeras enseñanzas sobre el tema
las encontré por Platón, en El Banquete.
Allí leí la curiosa teoría que de Amor
nos da Aristófanes, recordándonos
que en el principio los dos sexos eran uno,
y que el capricho de los dioses dividió
en dos mitades, que desde entonces
se andan buscando, enfebrecidas y solas.

Cuando la vi creí haber encontrado 
mi parte que faltaba, esa mitad desgarrada
que día a día sangra, y que recíproca se anhela
sin saber bien por qué, ni renunciar a su deseo;
alma que es  nuestra misma alma,
y con cuyo cuerpo complementamos,
como las mitades de una naranja.
Pero por mucho que pugné por conjuntarla,
 no la conseguí... ( La Discordia obraría)
La amaba con tal deseo, que no pudo hacerse carne;
su nombre debería de estar escrito para otro
en algún anal, según la providencia,
y su alma acaso no me perteneciera,
como no nos pertenecen ni los seres ni las cosas,
pues  para los comunes mortales
estar vivo es estar de paso,
su esencia una llama efímera,
porque de aquí los hombres lo único que traemos 
y nos llevamos, cumplido el trayecto,
es olvido o son recuerdos. 

Qué no daría porque supieras...

Qué no daría porque supieras...

 Siento la gota del silencio

caer persistente en mi soledad,

desde  el grifo del tedio

donde se confunde la oscuridad;

siento la ausencia de tus besos

que recuerdan a mi corazón su orfandad,

estampas de un album de recuerdos

con encuentros que no se pueden encontrar; 

siento precipitarme en el vacío

como si me faltara el centro de gravedad

y hasta mis íntimos rincones entra el frío

del cotidiano quehacer donde no estás.

El tiempo se llevó la primavera

de la que sólo quedan hojas secas.

El mar se tragó las torrenteras

y el olvido las memorias viejas.

¡ Qué no daría porque supieras

que nada es la vida cuando te alejas,

triste la mirada que tu no vieras

y lleno el corazón de amargas quejas!

Voyeurismo

Voyeurismo

 Me gustan los bares

con amplios ventanales

frente a los que discurren

episodios tangenciales

de hombres y mujeres

en ajetreado hormigueo,

esclavos de sus tareas,

galeotes de su recreo.

Pasaría ante sus lunas

las horas muertas

aplicado al ejercicio

de desgranar cada cuenta

de su rosario mundano,

en labor acaso importuna,

de curiosear en los humanos

su variada fortuna

tanto en jóvenes como veteranos,

los detalles singulares

de su trayectoria y cuna.

Frente a mí pasa lo cotidiano,

y lo pretérito lo ensoñamos. 

La vida reparte desigual fortuna

de dones y menoscabos,

de certidumbre y dudas,

de venturas y llantos.

La muchedumbre aguarda

el cambio de color del semáforo,

agredida de publicidad falsaria,

de los saldos del comercio,

de la mano que postula

mientras vigila una cámara

el quehacer colmenero

y las bocas del metro

de cuarto en cuarto

vomitan gente al asfalto

pugnando por llegar primero.

Fugaces autos que van pasando;

alameda abajo, los jubilados;

en un parterre,  niños jugando.

Algunos paisanos pasean perros,

cruzan parejas de enamorados

y de cuando en cuando, 

los pajarillos salen volando

desde algún árbol como asustados,

y al observarlos concluyo y juzgo

que, en este largo asueto

de jubilado, ante mí se reúne,

mientras descanso el esqueleto,

El gran teatro del mundo

con sus virtudes y sus pecados,

sus alegrías y sus pesares,

en esa feria de vanidades.

Náufrago

Náufrago

 Naufrago en tu amor,

anegado entre las aguas,

a deriva sin la boya de tus brazos,

sin seguridad de estrella que me guíe,

buscando el rescate entre las olas

antes de que el mar me engulla

desde los pies al último pedazo.

Sólo soy docto en desamor,

mis lomos se desangran por su puya,

que lesiva ahorma mi constancia,

y ya de nada valen las patrañas

de celos, de versos y de tragos,

pues todos mis rincones se han anegado

y buscan un cementerio entre tus brazos

como ratas fugitivas que abandonan mi barco.

Camino por el valle de la sombra del deseo,

desvalido, escuálido, desolado, mendigo,

y sólo busco remanso en tu regazo,

donde fundirme con tu fuego,

 leña seca quemando en su brasero

hasta que la llaga del alma desvanezca

y yo muera en el deliquio que pretendo.

Mujer de mi flaqueza, gobiernas mi libido

en las aguas inciertas de mi entraña.

y tu voz zarandea el débil bajel de mi deseo

que dócil acude como huérfano

para sucumbir en el engaño de tu gozo.

Tiene el amor profundidad de pozo,

hondo calado de mar donde naufrago.

Aborrece

Aborrece

 El bolígrafo...estéril

sobre el papel yerto,

un rompecabezas de razones

en desacuerdo, y en el pecho

un crisol de sentimientos.

Aborrece

la llama fría en el alma

cuando no encuentras

otro argumento que silencio.

Es necio, porque tenemos

muchas cosas de qué hablar

y lo sabemos, pero 

las guardamos para adentro.

La conciencia está habitada

de frases calladas que pugnan

por aflorar como susurro,

como palabra, como grito,

como un enjambre de gozos

y dolores que procuran el canto:

ese fruto que transforma

el quebranto en esperanza,

a la agonía que acongoja

en alabanza sobre penas,

a la lucha de las entrañas

en paz que recorre nuestras venas.

Letanías

Letanías

Ya de antes conocía 

que nuestro flirt sería breve,

que sería flor corriente

que se arranca de camino

para embriagarse de aroma

y arrojarla pronto al olvido.

Conocía ya de antes

y conocía su después,

esa imagen desengañada

de quien se pierde en letanías,

mientras se mira al espejo

considerándose viejo,

apurando un vino amargo

en un cochambroso café.

Por sus cristales miraría

la tarde que va muriendo

como va muriendo el alma

que no puede comprender.

Del vino a las soledades,

a qué poco la vida sabe

si se mantiene escondida

del corazón la verdad.


El precio del amor

El precio del amor

 No puedo decir que la quiero como antes...

Es tan breve el presente y tan hondo el recuerdo.

Los días son aciagos si su memoria falta

y largas las noches abrazando una ausencia.

Proseguir ese deseo abre un sendero

de pasos inseguros, de metas inciertas,

de jornadas efímeras que repiten un crepúsculo.

No vale jugarse el todo en manos de un azar.

Prolongarse en  la añoranza del encuentro lleva

a la ilusión de no resignarse a sí mismo,

de consolidar una esperanza sobre barro pasajero.

Han cumplido sus quebrantos la cruz

en mi pecho, allí se vieron la cara

el cielo y el infierno. No puedo decir

que ganó la dicha, pues en la cicatriz 

de la soledad  perduran los tormentos.

Beber de ese manantial de dulzura deleitosa

después de pagar el doloroso precio del amor:

agonizar en el madero hasta dar a beber tu sangre.

Amar es morirse a sí mismo para perdurar por el otro.

Candente mar

Candente mar

 Vi el azul del mar

bajo el azul del cielo,

inmenso azul,

brillaba el sol

en la tersa superficie

candente en que fraguaba

el milagro de la vida.

Allí eran uno tiempo y vida,

allí irradiaba en esperanza

el milagro de los siglos,

el  triunfo de un presente

sobre el olvido o la muerte,

viva presencia de Dios.

Campanadas aisladas

Campanadas aisladas

 Las campanadas tañen hondas,

despaciosas, aisladas,

prolongando su sonido

hasta desvanecerse en el silencio.

Recuerdan en sus intervalos

el trascurrir sereno de la tarde

y en su golpe rotundo

el pulso agazapado de la vida.

Como su tañido resuena en la noche,

así cada corazón en su soledad.

La campana suena, el tiempo pasa,

la tarde se detiene en las sombras

que envuelven al sonido en el misterio

y la soledad añora un sentimiento.

Nada es el silencio sin el sonido,

el rayo sin el trueno,

la noche carente de estrellas;

tampoco la soledad sin el afecto.


Cuando en mi sien sacude

Cuando en mi sien sacude
En ese íntimo anhelo
hay un rincón y un olvido,
hay tribulación y hay despojos.
Cuando en mi sien sacude
el pulso de mi sangre
y pensamientos encontrados
rebuscan compulsivos
en lo ilusorio de un recuerdo,
el alma se conmueve
en la impaciencia de esa espera
y quisiera arrancar al futuro
la certeza del reencuentro.
Sólo una pregunta asalta
y desespera, ¿ respetará el mañana
la promesa que hoy se anuncia?

Joan Baez, ¿ dónde han ido aquellas flores?

Joan Baez, ¿ dónde han ido aquellas flores?

 He visto un documental sobre la cantante Joan Baez; en él se nos recuerda que la fama no es garantía necesaria de éxito.  El film se organiza desde el recurso del salto atrás. Allí una cantante madura hace repaso de su vida, una vida no siempre jalonada por el triunfo que, ya en la ancianidad, la  ha conducido a un laberinto personal de difícil salida. La artista durante la juventud parecía conducida por el espíritu histórico imperante en su época, justificado por ese grito de Libertad que exigía un cambio sociopolítico y cultural. Mientras se sintió baluarte de esta lucha encontró ese propósito que la permitía seguir a flote. En la marcha sobre Washington en defensa de los derechos civiles y la igualdad racial, contra la guerra del Vietnam, enarbolando el estandarte pacifista, pareció encontrar las razones suficientes con que llenar su vida y confiar en el destino; pero conforme todos estos ideales fueron marchitando, su persona se vio desbordada por sus luchas interiores y un sentimiento de insatisfacción y derrota. El espejismo de la fama cuando se desvanece descubre el frágil barro que nos constituye. La voz cristalina de la juventud, hoy perdida, enfrenta a la cantante a ese reflejo ilusorio y deformante del espejo, cuya mirada introspectiva va extrayendo del légamo del recuerdo fantasmas, lacras y cicatrices que no acaban de cerrar. También nuestro destino casi coetáneo al de la artista nos hizo vivir ese momento de esperanza que pareció impulsar a aquellos años significativos del siglo XX, como si un viento primaveral barriera las hojas otoñales, y padecer el desencanto posterior producido por la corrupción de aquellos valores jóvenes y vigorosos y que han desembocado en la sociedad actual confundida y sin principios morales, donde ya casi no queda huella de esperanza. La ruta recorrida nos conduce a un callejón sin salida y resulta necesario dar un volantazo y emprender un nuevo rumbo.

CALIDEZ

CALIDEZ
Quise penetrar el misterio de tu jardín,
respirando el aroma de las flores del camino
envuelto en esa atmósfera inquietante
que escrutan los ojos vivos del deseo.

Perseguí ese sueño hasta derramar 
lágrimas de anhelo, versos
melancólicos, caricias obsesivas
que aún juguetean con el oro de tu lóbulo.

Quise morder tu fresa antes que madurara,
gustar el manjar de delicias que tu carne ofrece,
conocer el misterio que encadena mis sentidos
con ese inocente desdén que cautivaba.

Tiéndete y compartamos nuestra afín fatalidad,
y abre el seno insaciable donde las almas
se confunden en el sacrificio del encuentro,
y el corazón conoce el gozo de las rosas.

Trampa de la muerte

Trampa de la muerte

 La muerte te observa con fría carcajada,

oculta tras volver cualquier esquina

del trayecto, acechando a la esperanza

con ese desdén irremediable

que con soplo glacial nos aniquila.

Nos recuerda: tú no escaparás;

de mi mano arrastrarás tu despojo

cuando el tiempo haya dejado de contar,

cuando en el carcaj de la vida

no quede otra posibilidad

y la última oscuridad ciegue tus ojos.

Nos cercas el corazón con el trazo

de tu límite, condenas el espacio

con la certeza de un último paso,

un último renglón y un último punto.

Pero es ahí donde tu competencia acaba,

pues dejamos de ser medida

para invadir ubicuos lo ilimitado.


Misión del lenguaje

Misión del lenguaje

 Oigo una reflexión breve de Javier Cercas por You Tube o Facebook. En ella, considera que el lenguaje literario debe ser claro, directo y sencillo, comprensible a una mayoría de lectores. En cuanto que todo discurso de difícil comprensión encubre el engaño y el fraude. Insiste en que a día de hoy nuestra Real Academia defiende el mismo postulado, una institución de la cual Cercas parece ser ya miembro. Esta premisa, la de la claridad discursiva, que, a primera vista, parece bien fundamentada y lógica, sin embargo plantea bastantes objeciones. Pues en primer lugar traza una línea crítica que discrimina nuestras historia literaria.  No obstante, convengo en que una buena parte de las obras que más celebro y admiro fueron escritas en ese lenguaje conciso y diáfano que demanda Cercas; cabe citar como ejemplo Platero y yo, con su estilo pulcro y franciscano; El viejo y el mar, que sintetiza el mejor Hemingway; además podríamos mencionar el Siddartha de Hesse o el extranjero de Camus, entre otros. No son pocos los que buscan en esta claridad y concisión un ideal de estilo, el párrafo eficaz y desnudo de adjetivos

Pero siento contrariar a Cercas, recordándole que  frente a los cultivadores de este estilo morigerado. se descubre a otros que practican otro bastante opuesto. Cabría argüir que cómo juzgaríamos nuestro siglo de oro si nos aferrásemos a esta premisa. No hay duda que Góngora era un poeta oscuro; no menos habría que considerar a Gracián, en cuanto a la prosa; de Quevedo convendremos que es todo menos fácil en su ironía conceptista e igualmente barroco en su Vida del Buscón, llamado Pablos. Los tres, figuras decisivas de nuestra literatura, que la Real Academia hace ya siglos tomó como modelos del buen castellano. Mas sin remontarnos a autores tan señeros y lejanos, qué haríamos con escritores mas actuales y estimados como nuestro Gabriel Miró, Cela o Valle Inclán, tan aficionados a rizar el rizo del lenguaje. Qué sería, también, de buena parte de los poetas de la Generación del 27, del mismo Lorca con su Poeta en Nueva York, con Neruda, con Carpentier y Lezama Lima, con el estilo ambiguo de Onetti, y el suntuoso de Mujica Lainez, con el Faulkner de Mientras Agonizo, o con el Ulysses de Joyce, para no seguir enumerando. ¿Eran todos defraudadores, pretendían confundirnos o engañarnos?

Por mi parte, reconozco que el "concepto literatura" es tan amplio, que permite conjugar los más dispares estilos, los lacónicos y los floridos, los conceptuosos y los límpidos. Quizá Cercas confunde el ámbito literario con ese otro, siempre en candelero, de los círculos próximos a nuestras altas instancias políticas, donde allí sí, burdamente, se manipula, se tergiversa, se denigra el lenguaje en pro de los más burdos objetivos.

 

Peán

Peán

 feroz la angustia acosa

en el laberinto de los días

invariablemente cae la hoja

del calendario como el árbol

viejo desprende su hojarasca

llegado un otoño ceniciento

de malsana melancolía

te enseñan un pasar sin alegría

te sirven la derrota a su albedrío

han matado la raíz de la vida

cansado de sobrellevar 

el peso de los años

como una condena arbitraria

peregrinando sin destino

mientras invitan a aguardar pasivo

el cortante filo de guadaña

comprobando un legado 

vacío entre las manos 

existiendo sin ser

esperando sin esperanza

Gritaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa! 

rompe las cadenas de la derrota

rebélate 

           levántate y pelea

quiebra los silencios cautivos

que te amordazan y lacran

porque la aurora ya anuncia

una realidad nueva 

                             esa esperanza

clamando victoria en lontananza



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Zapatos rotos

Zapatos rotos

 Bajo el cielo nebuloso

atardece entre gris melancolía,

siquiera suena una campana

que de a la tarde una esperanza.

No voy solo, voy conmigo.

Miro al cielo que comienza

a derramar las primeras gotas;

me veo pertrechado y decidido

a resistir el seguro aguacero;

ya noto humedad bajo las botas.

Es invierno. El frío ha espantado 

a los ociosos y ahuyentado

de los umbrales al mendigo.

El invierno es para los solos, me digo.

Por la calles mojadas uno no tropieza

conocidos en las encrucijadas, pesa

en el ánimo el suceder de los días

y en las iglesias escasean los devotos.

¡Qué mala es la lluvia

para quien tiene los zapatos rotos!


A Eva

A Eva

 Me diste a probar la fruta jugosa,

su bocado delicioso,

dulce al paladar,

creyendo que al gustarlo

conquistaría un tesoro,

un regalo de libertad;

desconociendo el secreto

que escondía su pulpa:

el peso eterno de culpa,

el veneno de extinción,

un errar desnudo hacia el ocaso

bajo un sino de fatalidad.


Alma en ciernes

Alma en ciernes

 Otoño moribundo

de hojas sepulcrales,

perfil de angustias

que atrapan 

los lánguidos espejos,

argucia de las sombras,

hambre elemental

que trae, en el silencio, 

la aurora repentina,

hecha lágrimas sobre

la fuente del tiempo,

con los dedos de los ídolos

tanteando en su ceguera.

Cae la noche que trae 

el hielo de la muerte

que congela la vida,

precipita sus ocasos,

prolonga su marasmo,

muestra el mapa del deseo

hecho jirones, con

gemidos que se palpan

y dilatan en la noche.



De pronto, fue la luz.

El arco iris detiene

su parábola cromática

 en un vago paisaje,

sobre un barco a deriva

en un mar arrebatado;

quizás habrá un mañana,

ese "tal vez" agraz o plácido

que nunca llegue,

pero que anhelamos

en su abecedario desgarrado,

calculando su trecho,  

perimetrando su túmulo,

 cual renglón que horada

el torrente de  palabras,

en la liturgia retenida

de una opaca certidumbre.

Saber sabiéndose morir,

hilando el hilo del momento,

dejando apurar el cáliz 

rebosante de dulzor amargo,

impreciso su escrutinio,

sangrante el alma

que se derrama en ciernes,

en tanto el día irradia resplandores.